Marisa G. Ruiz Trejo
Ojarasca 227 / www.jornada.unam.mx/marzo 2016
Hay pueblos en donde nadie queda para contarlo. La hierba ha crecido sobre los cadáveres de las mujeres embarazadas con los fetos asomándose por la herida del vientre y los hombres decapitados. Pero hay mujeres que resistieron las balas y las heridas. Valientes, las mujeres q’eqchi’ que en febrero de 2016 desafiaron a la muerte, levantaron la voz y contaron sus experiencias -que son las de muchas- en el juicio del “Caso Sepur-Zarco”. Sus testimonios son verdades innegables de Guatemala, un país centroamericano donde la justicia, como en México, no alcanza.
Las mujeres levantan la voz
Petrona Choc, la octava testigo, declaró que mataron a su esposo, se rompió un pie huyendo y los soldados la torturaron jalándole las piernas. “En el destacamento cocinábamos. Fui violada muchas veces”. “Se enojaron con nosotros porque estábamos legalizando un lote en Sepur Zarco”. “No nos pagaban por lo que hicimos en el destacamento. Nos daban cuatro tortillas”. Otra sobreviviente de 70 años estuvo seis años en la montaña donde perdió cuatro hijos. Una de sus hijas estaba embarazada. “Es verdad lo que viví. No lo estoy inventando. Les digo la verdad. Es muy doloroso y tengo gran tristeza por lo que viví. Me duele lo que estoy contando”.
Si a unas les amanecía doliendo, las mujeres q’ eqchi’ no podían eludir más la tortura sexual y la muerte que experimentaron. “Don Canche (Heriberto Vázquez) llegó a nuestras comunidades y llevó a los militares”. El hijo de 10 años de la sobreviviente fue testigo de la tortura a la que los soldados sometieron a su padre en el destacamento de Tinajas.
Las sobrevivientes dieron sus testimonios. Vieron cuando los soldados se llevaron a sus esposos, a quienes acusaron de dar comida a los de la montaña y los mataron. Los soldados las detuvieron por la fuerza y las violaron muchas veces porque se atrevieron a ir a preguntar por sus esposos al destacamento. “Nos obligaban a hacerles la comida y nos violaban”. “Nos mandaban al río a lavarles su ropa y nos perseguían. Allí nos violaban”. Tuvieron que pasar más de 30 años para poder contarlo, para que el llanto se apartara y tener derecho a tener derechos.
Violencia y violación, estrategias de guerra
“No me acuerdo cuántos me violaron porque quedé desmayada. Quedé muy dañada de mi cuerpo, sangraba mucho”. “Ahí tenían lugares. Tenían cuartos y ahí nos jalaban. A veces eran tres, cuatro o cinco”.
Otra sobreviviente narró algo muy difícil de contar. Tres soldados la violaron en su casa: “Me agarraron de las manos y me tiraron al suelo. Yo vivía lejos del agua. Cada vez que iba a traer agua me perseguían. Una de esas veces me sujetaron y tiraron mi tinaja. No quería que lo hicieran. Me tiraron en la tierra y ahí me violaron. Mi hijo de cuatro años lo vio, pegaba de gritos de miedo”.
En este juicio sin precedentes, la violación sexual se reconoció como un arma de guerra que afectó tanto a las mujeres q’eqchi’ como a los varones, ya que fue una agresión al grupo considerado “contrario” y tuvo como fin su exterminio. El trabajo forzado, la esclavitud y la violación sexual de las mujeres fueron diseñados como tácticas y estrategias para el control de los territorios e implicaron gastos para el ejército (armas, agentes para utilizarlas, etcétera).
Condena histórica para sanar
¿Sirven para algo los juicios a través de la justicia ordinaria? ¿Cambian la vida de las mujeres? El 26 de febrero de 2016 será recordado como el día en que en que el silencio no pudo decapitar la esperanza. Yassmin Barrios, la jueza que ya antes se atrevió a juzgar por genocidio al exdictador de Guatemala Efraín Rios Montt, dictó sentencia condenatoria de 360 años a los acusados Esteelmer Francisco Reyes Girón (teniente coronel retirado) y Heriberto Valdez Asig (excomisionado militar) por violencia, violación sexual y trabajo doméstico forzado.
Esta condena es paradigmática para la justicia en América Latina porque sienta precedentes y abre horizontes para otras mujeres que han vivido situaciones similares. Pero un proceso de justicia como este no sólo está relacionado con la justicia formal, sino también con una justicia reparadora y sanadora para las mujeres q’eqchi´. Todas ellas hablaron en el juicio y a partir de ahora pueden vivir más tranquilas. Dar sus testimonios y ser escuchadas fue una forma para sanar.
Dobles y triples despojos
Los años ochenta fueron una época de dobles y triples despojos para las mujeres q’eqchi’. Vivieron violencia sexual, perdieron sus familias y, además, sus tierras. La oligarquía militar pactó con los grandes terratenientes para dominar y controlar los pueblos. En el juicio del “Caso Sepur Zarco”, con la ayuda de un traductor, los testigos declararon cómo los agentes del Estado asesinaron a sus hijos y a sus esposas, relataron el dolor y el sufrimiento de hombres, mujeres, ancianos, niños y niñas, cuando el ejército destruyó sus casas porque intentaban legalizar sus tierras; relataron los trabajos forzados a los cuales fueron sometidos para construir el destacamento militar y cómo utilizaron a las mujeres para que lavaran y cocinaran. Muchos declararon cómo torturaban a sus compañeros y cómo a las mujeres les hacían mucho daño.
Durante tres semanas, escuchamos a numerosos testigos de las atrocidades que los agentes del Estado guatemalteco perpetraron, bajo el mando de los acusados en el destacamento militar Sepur-Zarco, ubicado en el límite entre Izabal y Alta Verapaz. Aunque el trabajo doméstico forzado, la violación y la esclavitud sexual no asesinaron directamente a las mujeres o al grupo que se considera “insurgente”, sí los eliminó a través de una política eugenésica que mezcló el racismo de la élite y la oligarquía militar con la misoginia y la asociación simbólica del cuerpo de las mujeres con la posesión de los territorios.
Por primera vez, las mujeres mayas fueron escuchadas en las instituciones de justicia guatemalteca y sus voces replicaron en muchas partes de América Latina. Varios peritajes, entre ellos el de la antropóloga feminista Rita Laura Segato y el de Irma Alicia Nimatuj, demostraron que el trabajo doméstico forzado, la violación y la esclavitud sexual constituyen crímenes de guerra que deben ser condenados.
Dignificar la memoria de las mujeres
¿De qué sirve traer aquí la memoria de las mujeres q´eqchi´? ¿De qué sirve una recuperación selectiva como ésta? Las memorias del poder tienen espacio y recursos para construir sus propias genealogías a través de los gobernantes y los monumentos que magnifican a políticos, militares o familiares de los gobernantes. Sin embargo, las generaciones venideras deben conocer otras memorias, como las de las mujeres q´eqchi’ víctimas de crímenes sexuales durante la época de la guerra en Centroamérica. Estas memorias no han tenido espacio, ni legitimidad para hacerse oír en la esfera pública.
La participación de las q´eqchi’ en el juicio es un intento de buscar la legitimidad de su voz y contribuye a la construcción de una nueva identidad para las mujeres mayas como actoras y constructoras de su propia historia. La recuperación de su pasado es para estas mujeres una forma de liberarse de las ataduras de las violencias racistas, clasistas y sexistas que han experimentado.
Esta condena ha hecho temblar a los poderosos al reconocer qué fue lo que pasó, el dolor y sufrimiento de las mujeres y, sobre todo, que no fue su culpa. Es un ejemplo de justicia y reparación para que la vida y la dignidad sigan. Aunque la realidad todavía está en guerra, la condena pretende que estos crímenes no vuelvan a repetirse. Aunque la justicia ordinaria no ajusta para tanto daño, es verdad y es justicia para las mujeres q’eqchi’, memoria para el pueblo guatemalteco y para toda América Latina.