Por Olmedo Beluche
Uno de los mayores placeres de la vida es
leer un libro de historia que revele unos hechos que desconocía, cuyo contenido
esté lógicamente sustentado, apoyado en documentación firme y abundante, pero
que a la vez mantenga la narración amena, fluida, como si de un cuento o una
película se tratase, pero sin desviarse a la ficción o a la metafísica.
El libro…
Esta sensación la he tenido leyendo
“Historias Perdidas del Canal de Panamá. La historia del canal de Panamá
contada por los panameños”, de Marixa Lasso, publicado por grupo editorial
Planeta, en 2021. Originalmente la autora había publicado este libro en inglés
bajo el título “Erased. The Untold Story of the Panama Canal”, en 2019,
por la editorial de la Universidad de Harvard.
El libro consta de 335 páginas y su
contenido está dividido en 7 capítulos más introducción y epílogo. La
Introducción y el Epílogo constituyen por sí mismos partes medulares del
ensayo, por lo cual conviene leerlos con cuidado. Entiendo que estas “historias
perdidas del canal” son parte de los estudios doctorales de Marixa Lasso, quien
en la actualidad es directora del Centro de Investigaciones Históricas,
Antropológicas y Culturales.
Otra evidencia del racismo y los abusos
norteamericanos en Panamá
Este libro describe el papel de Estados
Unidos en la apropiación del territorio conocido como Zona del Canal, y el
trato humillante que dio al pueblo panameño. Su importancia radica en que pone
en evidencia, una vez más y sobre aspectos no tratados hasta ahora: la acción
racista, discriminatoria, violatoria de los derechos humanos del imperialismo
yanqui en nuestro país.
Mediante un enfoque metodológico guiado
por los estudios culturales y decoloniales, Marixa Lasso evidencia cómo Estados
Unidos aplicó su política colonialista e imperialista sobre el Istmo de Panamá
partiendo por desconocer, en sus informes burocráticos, como iguales a los
habitantes del país, y en particular de la Zona del Canal, haciéndolos ver como
bárbaros (nativos) pobladores de la “selva”, para luego echarlos de lo que fue
por 400 años la zona de tránsito.
Se “borró” a los habitantes originarios de
la Zona del Canal
Ello implicó pasar por alto los avances
alcanzados por los habitantes de un país como Colombia, de la que formábamos
parte, que había formalizado una cultura política republicana desde inicios del
siglo XIX, que había abolido la esclavitud mucho antes que Estados Unidos, que
acostumbraba a elegir mediante el sufragio universal a sus autoridades y que se
hacía representar por un proyecto liberal radical en que destacaron figuras
como Buenaventura Correoso. Ellos fueron reducidos a la categoría de “nativos”,
que era un eufemismo por “bárbaros” o “salvajes”.
Según Marixa Lasso, también la política
racial aplicada por Estados Unidos desconoció el hecho de que los pobladores de
la zona de tránsito tenían cuatrocientos años de trabajo integrado al comercio
mundial al cual servían desde la época de las mulas por el Camino Real a Nombre
de Dios y Portobelo, o por el Caminos de Cruces junto con la navegación por el
Chagres. Inclusive fue conducida al mundo “del no ser” (como dirían los
filósofos), la agricultura y ganadería practicadas por esos habitantes durante
cuatro centurias. Todo ello fue reducido a la categoría de “selva”.
Las autoridades de Estados Unidos se
propusieron hacer del Canal de Panamá y sus áreas adyacentes un modelo de
proceso “civilizatorio”, con lo cual probarían su derecho a dirigir los
destinos del mundo al ser vanguardia tecnológica, tener poderío militar y tener
capacidad de salud pública para vencer a las enfermedades del trópico y
capacidad administrativa para convertir la selva en civilización e imponer
normas de convivencia a los “nativos”.
En 1904, la Zona del Canal no estaba vacía
y no era selva
Una vez que Estados Unidos impuso la
separación de Panamá de Colombia en 1903, para establecer el nefasto Tratado
Hay Bunau Varilla, empezó la aplicación de sus cláusulas en 1904, pero se
encontró con un hecho: el territorio definido en el tratado para convertirse en
Zona del Canal no estaba vacío, sino habitado por 40 mil personas, según Marixa
Lasso. Algunos especialistas difieren de la autora respecto a esa cifra
demográfica, pero el caso es que, lo que sería la “zona”, estaba habitado por miles de personas,
fincas, plantaciones, hatos ganaderos, negocios, etc.
En 1904 no había “selva” en la zona de
tránsito, mal llamada después Zona del Canal. Más bien la selva fue creada por
los norteamericanos a partir de la expulsión de los habitantes originales. Por
razones raciales, militares y administrativas las autoridades norteamericanas
decidieron expulsar de esa región a quienes habían habitado ese territorio por
generaciones. Esa expulsión ni siquiera estaba contemplada en los Tratados de
1903.
La investigación de Marixa Lasso establece
que Estados Unidos trató a los habitantes “originarios” de la “zona” de tres
maneras distintas:
1. De 1904 a 1907, se mantuvieron los
municipios originales, pero dejaron de estar vinculados a Panamá, pasando a
control del gobernador norteamericano;
2. De 1907-1912, se eliminan los
municipios y sus alcaldes, los cuales pasan a ser parte del engranaje
administrativo de la zona, sin derechos políticos;
3. De 1912 a 1915, se produce el proceso
de expulsión de la población panameña de la Zona.
Los “pueblos perdidos” no se inundaron,
fueron expulsados por Estados Unidos
La expulsión definitiva de los habitantes
de la Zona del Canal se produjo a partir de un decreto del presidente William
Taft, emitido el 5 de diciembre de 1912, el cual se redactó a partir de las
conclusiones de un viaje de inspección realizado por una comisión del Congreso
de Estados Unidos a Panamá, del año anterior.
La salida de los habitantes originarios de
la zona NO se debió a la inundación de sus pueblos por el lago Gatún, tal y
como ha narrado el mito histórico panameño. Los pueblos de los que fue
expulsada la población istmeña no fueron inundados por el canal, señala Marixa
Lasso. Salvo algunos poblados menores, y parcialmente Gorgona, ni Chagres, ni
Nuevo Gatún, ni Emperador, o Culebra, y otras comunidades fueron anegados por
las aguas del canal.
El vaciamiento de esos pueblos fue
producto de una orden del gobierno de Estados Unidos. No hubo razones técnicas
ni naturales para la diáspora de la población originaria de la Zona del Canal.
Las razones del gobierno norteamericano estuvieron basadas en prejuicios
racistas contra una población mayormente afrodescendiente y por criterios de
tipo militar y seguridad nacional. Recuérdese que para el imperialismo
norteamericano el principal valor del canal y su zona no era comercial sino
militar. Por eso estuvo siempre bajo el control del Pentágono y no de la
Secretaría de Comercio.
La tragedia y la lucha por sus derechos de
los desplazados
El libro de Lasso es extraordinario porque
va narrando el proceso de despojo que hace el gobierno de Estados Unidos del
territorio nacional y de las propiedades de los pobladores que habitaban esos
antiguos lugares. El despojo yanqui empieza por la apropiación injustificada de
los puertos panameños, que narra muy bien la autora, y que dejó a la nueva
república sin su puerta natural e histórica al comercio marítimo.
Los capítulos iniciales describen el modo
de vida de los habitantes de esas comunidades tal y como era antes de 1904,
antes de que entrara la administración norteamericana, cómo se formaron y qué
actividades económicas desarrollaban. Posteriormente, analiza uno por uno el
proceso de despojo y expulsión de los habitantes de la zona del canal: Gorgona,
Nuevo Gatún, Limón, Chagres, Emperador, etc.
Se reseñan los reclamos de los habitantes,
sus gestiones ante las autoridades panameñas y norteamericanas, las respuestas
formales que se emitieron ante las reclamaciones y los nuevos asentamientos en
que se ubicó a los desplazados. Solo en contadas excepciones la Comisión Mixta
de Tierras (organismo binacional) logró que se pagaran indemnizaciones. La
mayoría de los habitantes carecía de títulos de propiedad sobre las tierras que
habían trabajado y en las que vivían. Por ello fueron considerados precaristas
ilegales.
Más mal que bien, a los pobladores se les
apoyó con el traslado de sus enseres y el desmonte de las estructuras de las
viviendas. Las promesas de un futuro mejor en lugares con todas las comodidades
urbanas que dio el gobierno panameño, para motivarlos a aceptar el traslado, no
se cumplieron. Eso llevó al fracaso de proyectos como Nuevo Gorgona, muy lejos
de la zona de tránsito y carente hasta de agua potable. Por lo cual, muchos
desplazados acabaron hacinados en barrios de cuartos comunales de madera de las
ciudades de Panamá y Colón. La autora recuerda que el surgimiento de El
Chorrillo coincide con este período, y no por casualidad.
Gorgona y Chagres perdieron su río. Pero
Chagres perdió más, porque perdió su castillo de San Lorenzo, dice Marixa
Lasso. De Nuevo Gatún se desplazó a la gente, pero el poblado siguió siendo
utilizado por nuevos habitantes “zonians”. Emperador y Culebra, pueblos al
servicio del ferrocarril transístmico, murieron al desplazarse la línea del tren
del oeste del canal por donde pasaba, hacia el este de la vía acuática.
Emperador perdió su ferrocarril.
Emperador se convirtió en campo de tiro
del ejército de Estados Unidos, pero a pocos kilómetros, colindando con la Zona
del Canal, se refundó Nuevo Emperador (antes llamado Paja) con habitantes
desplazados del antiguo poblado, así como de Gorgona y otros que añoraban la
cercanía a la zona de tránsito y a su antigua forma de subsistencia. Marixa
Lasso recurre a la historia oral para rescatar algunos testimonios de
habitantes de Nuevo Chagres y Nuevo Emperador.
El enclave canalero: ciudades modelo
basadas en la segregación racial
No menos interesante es el análisis de
Lasso sobre el proceso de planificación y construcción de Balboa como una
ciudad modelo estadounidense que debía probar la grandeza del ingenio
norteamericano, su capacidad para imponer la civilización sobre el trópico y el
atraso. Calles, casas y edificios bien diseñados en base a estrictos códigos
sanitarios y estéticos, cuya coronación sería el edificio de la Administración
del Canal junto al cerro Ancón.
Respecto al Administration Building,
Marixa Lasso, describe los criterios de su diseño, y establece la simbología
implícita de construirlo fuera del entorno de la ciudad de Panamá, y más bien
de espaldas a ella, con el cerro Ancón de por medio. Lo que no había sucedido
antes ni con la construcción del Ferrocarril de Panamá, ni con el fracasado
Canal Francés, quienes tuvieron en el centro de la ciudad sus sedes. Este hecho
es un símbolo claro de que el país había sido expropiado de su zona de tránsito
y que el canal no tenía nada que ver con los panameños.
Un colega me ha contado una anécdota que
viene al caso: cuando este libro se presentó por primera vez, en el Museo de
Arte Contemporáneo, antes de la pandemia, el Dr. Marco A. Gandásegui, opinando
desde el público, un poco contrariado porque interpretó que había una apología
del modelo civilizatorio impuesto por Estados Unidos, soltó una afirmación que
ya se había hecho en las aulas universitarias, pero que dejó un poco asombrado
a algunos presentes: Balboa fue una ciudad construida con criterios socialistas.
Balboa, la ciudad modelo que el
imperialismo yanqui construyó a orillas del canal, funcionaba bajo leyes
socialistas, pues allí no existía propiedad privada. El estado era dueño de
todo: de las casas, de los comisariatos, los servicios públicos. A los civiles
norteamericanos que laboraban allí se les pagaba un plus por trabajar en
una selva inhóspita, pero tenían todas las comodidades del mundo moderno. El
estado controlaba todo, o sea, la Administración del Canal de Panamá, o
Comisión del Canal Ístmico, como se le decía entonces, o la Comisión del Canal
de Panamá, como se le llamó luego. El estado norteamericano en su variante de
enclave colonial era un sistema socialista canalero, pero al servicio del
capitalismo mundial. Parece contradictorio, pero así funcionó.
En la “zona” se aplicó la segregación
racial
Balboa también era una ciudad basada en la
segregación racial (apartheid), que muchos han tratado de ignorar hasta el día
de hoy. Una ciudad donde los “colored” (“gente de color”), concepto usado por
Estados Unidos en la Zona del Canal, no podían vivir en los mismos barrios que
los blancos anglosajones, ni usar las mismas fuentes de agua, ni los mismos
servicios higiénicos, ni cobrar igual salario por igual trabajo.
Marixa Lasso describe cómo, después de la
expulsión de los pocos habitantes originarios del poblado de La Boca, se
procedió a construir otro, que mantuvo el nombre, pero para trabajadores
canaleros “de color”, también siguiendo criterios estrictos de higiene y
ornato, pero un pueblo segregado, al fin y al cabo, con casas de menor calidad
que las de los “blancos”. Igual criterio
se hizo con Paraíso. La segregación en la Zona del Canal solo terminó con la
reversión a Panamá de esos territorios.
Algunas opiniones críticas sobre el libro
Principalmente en la Introducción se
repite la apología con que muchos historiadores panameños tratan la historia de
la separación de Colombia y la imposición del Tratado de 1903. En la página 16
se le escapa a la autora la expresión de que Estados Unidos había “ayudado” en
la separación de Colombia. Llama la atención esta frase proviniendo de una
historiadora que ha trabajado y vivido en Colombia cuya historia conoce muy
bien.
Por otro lado, se da a entender que los
próceres de 1903 fueron sorprendidos por las autoridades norteamericanas al
imponer sus criterios de expropiación de tierras y aguas de manera unilateral,
cuando en realidad todo eso estaba anunciado desde el fracasado Tratado Herrán
Hay (enero de 1903) y fue una de las tantas razones para rechazarlo, incluso
por panameños como Juan B. Pérez y Soto y Belisario Porras, que escribieron al
respecto.
Criterios que fueron empeorados en el
Tratado Hay Bunau Varilla (noviembre de 1903) y que, si bien fue firmado por un
francés, lo hizo autorizado por la Junta Provisional de Gobierno que lo nombró
su embajador en Washington con ese objetivo, y luego ratificó ese tratado sin cambiar
ni una coma, ni hacer ninguna salvedad.
Finalmente, en la página 49 se intenta
circunscribir las acciones de Estados Unidos a una definición de “civilización
occidental”, que divide al mundo en dominantes y dominados. Pero aquí hay una
falencia al no relacionarlo con el proceso de expansión capitalista de fines
del siglo XIX, lo que se ha denominado la fase imperialista del capital
financiero, que es lo que en realidad explica por qué Estados Unidos se apodera
del Istmo de Panamá y construye el canal con su “zona” en ese momento exacto de
la historia mundial.
Las acciones abusivas, los actos
violatorios de derechos humanos, los desplazamientos, la limpieza étnica, la
segregación, así como su “justificación” académica basada en los conceptos
positivistas como civilización y barbarie, son producto de un proceso de
expansión capitalista de fines del siglo XIX, que se ha llamado la fase
imperialista.
Aquí es donde la metodología marxista es
útil para explicar mejor los hechos. Estados Unidos no vino a “civilizarnos”,
sino que, producto de la expansión imperialista (que implica control de
territorios, mercados y fuentes de materias primas), en la Guerra del 98 le
arrebató a España sus últimas colonias, Cuba y Puerto Rico, pero también Guam y
las Filipinas. El imperialismo norteamericano separó a Panamá de Colombia, impuso
el Tratado de 1903, expulsó a la población panameña de la zona y construyó un
enclave militar: para asegurar el paso de su armada de un mar con el objetivo
de “proteger” sus intereses imperialistas.
En su Epílogo, que es muy bueno, Marixa
Lasso recupera la relación capitalismo y esclavitud, en base a un libro de Eric
Williams, pero echo de menos esto en su inicio del libro.
Pese a estas reflexiones críticas,
insisto, el libro de Marixa Lasso es extraordinario, y lo recomiendo
encarecidamente.