Diego Herranz
www.publico.es / 23/08/2019
El objeto oculto de deseo es el tesoro que
esconde la Isla de Groenlandia. Donald Trump, como si se tratase de Jack
Sparrow, el lunático, pero persistente protagonista de Piratas del Caribe que
encarna Johnny Deep, se ha propuesto oficialmente que este vasto territorio,
más grande que México, aunque con tan sólo 56.000 habitantes censados, pase a ser el
quincuagésimo primer Estado de la Unión. Con permiso de Puerto Rico,
la última estrella, ficticia, de la federación, ya que se le considera como
territorio asociado con capacidad y poder autónomo, pese a que sus ciudadanos
ostentan la nacionalidad estadounidense.
“Acabé llorando de la risa”. Podrían ser
las declaraciones de algún admirador de Deep al salir del último estreno de la
saga. Pero no. Son las palabras que dedicó el exembajador de EEUU en Dinamarca,
Rufus Gifford, a una emisora de radio estadounidense, la NPR, nada más leer el
artículo de prensa que difundió The Wall
Street Journal a mediados del pasado mes de agosto en el que revelaba que
Trump había
mostrado interés en comprar la isla más grande del mundo. Salvedad
hecha de Australia, a cuyo territorio se le considera un continente insular.
Sin embargo, a buen seguro que el rictus de Gifford se fue tornando más serio
cuando desde la Secretaría de Estado y algún que otro representante
del Tesoro dieron oficialidad a la nueva ensoñación del mandatario
republicano.
Desde Groenlandia y Dinamarca tampoco
daban crédito al asunto. “Estamos abiertos a negocios, pero no estamos a la
venta”, declaró la titular de Exteriores de la isla, Ane Lone Bagger. Mientras
el expremier danés, Lars Lokke Rasmussen, expresó que la noticia “tiene que ser
una broma del Día de los Inocentes. Completamente equivocada de fecha”. Desde
la ultraderecha del Partido Popular Danés, su portavoz para asuntos
internacionales, Søren Espersen, declaró que, “si es cierto, es una muestra
definitiva de que [Trump] se ha vuelto loco”. Pero no. La intención de la Casa
Blanca, ni es nueva, ni es un capricho genuinamente trumpiano.
La última vez que EEUU se obsesionó con
adquirir Groenlandia fue nada más concluir la Segunda Guerra Mundial. Enclave
estratégico entre la extinta URSS y EEUU, en 1946 el entonces secretario de
Estado James Byrnes formalizó la oferta, que fue recibida “como una conmoción”
por Copenhague que, sin embargo, cinco años más tarde, suscribió un tratado con
el Pentágono para que construyera la base aérea americana más septentrional del
planeta. Casi tres cuartos de siglo después, Groenlandia no ha perdido ni un
ápice de interés geoestratégico para Washington. Aunque, a decir verdad, no
sólo por cuestiones militares. Ni siquiera exclusivamente políticas. El nuevo
cheque al portador del Despacho Oval se justifica, también, por razones económicas.
O, para ser más precisos, para garantizar suministros de minerales de alto
valor industrial y militar.
El
tesoro de las tierras verdes
La pequeña economía de Groenlandia,
altamente dependiente de la pesca y la agricultura y que necesita de los 500 millones
de dólares -algo más de 457 millones de euros- de los subsidios que, cada año,
le reporta su metrópoli, a la que está unida desde comienzos del siglo XVIII, tiene una amplia variedad de riqueza en su
subsuelo. Cada vez menos helado, por efecto de la catástrofe climática que
asola las latitudes árticas. Minerales, metales, gemas, probablemente una balsa
de petróleo de enormes dimensiones, aún por cuantificar y, sobre todo, tierras
raras, material del que se nutren firmas tecnológicas y de Defensa en cantidades
cada vez más ingentes, hacen de Groenlandia un nuevo El Dorado. Hasta el punto,
que han crecido como la espuma las voces de sus residentes que piden la plena
independencia de Dinamarca en 2021, coincidiendo con el 300 aniversario de la
colonización danesa de la isla. A pesar de su elevado grado de autonomía que,
en 2008, mediante referéndum, asumió nuevos poderes y competencias. Incluyendo
la de gestión de sus fuentes minerales, que queda en manos de su parlamento.
Poder que ha ejercido, por ejemplo, en 2013, cuando votó en contra de la
prohibición de extracción de uranio que el gobierno danés impuso a finales de
la década de los ochenta. Aunque los permisos hayan sido concedidos a
cuentagotas, excluyendo cualquier intervención en suelo helado.
Pero incluso este status quo puede
cambiar. El descubrimiento de elementos de alta demanda de tierras raras -como
el neodimio, praseodimio, disprosio y terbio-, una de las armas de réplica más
contundentes usada por China en su disputa comercial contra EEUU, y que se
hallan en abundancia en la zona de Narsaq, en la parte meridional de la isla,
ha propiciado, a buen seguro, la oferta inmobiliaria de Trump. Porque el
régimen de Pekín ha cancelado la mayor parte de los envíos de estos materiales
a EEUU como represalia a sus subidas arancelarias.
Estas concentraciones de materiales -lo
que se conoce en la jerga industrial como tierras raras- han sido utilizados
por los algo más de 1.700 habitantes de esta ciudad como aceite refinado o para
aplicar color a sus utensilios de vidrio o cristal. Sin embargo, en la
actualidad, son una parte esencial para la elaboración de smartphones o de paneles solares. También de automóviles o para la
obtención de imágenes por resonancia magnética, indispensables en hospitales y
clínicas médicas. Aunque, sobre todo, resultan básicos para la industria
militar. Para la construcción de cazas y submarinos. Y China está en posesión
de casi el 70% de la oferta global de suministro de tierras raras. Es uno de
los ases en la manga que el régimen de Pekín ha mostrado a Washington para
persuadir a su rival de que cese con su guerra comercial. En plena carrera
armamentística en el mundo y con la primera potencia global con notables fondos
presupuestarios destinados a la modernización de sus ejércitos y a abordar
nuevas armas tecnológicamente avanzadas.
Punto
de conexión entre Rusia y China
Quizás esta lectura esté detrás de la
decisión oficial del secretario de Estado, Mike Pompeo, al que en las altas
esferas estadounidenses califican como un acólito de los deseos de su jefe, de
reforzar las relaciones diplomáticas con Groenlandia, el pasado mes de mayo, lo
que significa, de facto, un reforzamiento de los lazos por interés estratégico,
que ha coincidido en el tiempo con una misión exploratoria del instituto
geológico americano (US Geological Survey) para tratar de calibrar el potencial
real de las tierras raras en la isla. Pese a que la primera ministra danesa,
Mette Frederiksen, tildara de “absurda” cualquier discusión con EEUU sobre la
compra la isla. De otro modo, Trump no se hubiera irritado tanto, hasta llegar
a cancelar
su visita a Copenhague en los días previos a su desembarco en la cumbre del
G-7 en Biarritz. Fuentes empresariales de la industria extractora con intereses
en Groenlandia hablan de que sólo en las inmediaciones de Narsaq, hay miles de
millones de toneladas de estos minerales. Donde también existen intereses
chinos. Interesados en facilitar el tránsito mercantil de estos materiales a
Europa, a la que vende el 90% de su demanda, desde tierras más cercanas.
Groenlandia, además, es un foco de
atracción para Rusia. Un lugar donde pueden colisionar los objetivos
geoestratégicos de las tres grandes superpotencias. Todas ellas, dominadas por
líderes con vitolas nacionalistas. Máximo peligro. Geográficamente, la isla
danesa ofrece una visión más que precisa de lo próximos que están Rusia y EEUU,
a través de Alaska. De ahí que, al finalizar la Segunda Guerra Mundial, el
presidente Harry Truman ofreciera 100 millones en oro a Dinamarca para hacerse
con Groenlandia. La negativa posibilitó la construcción de la base área de
Thule, a menos de 1.600 kilómetros del Polo Norte. Aun operativa y clave en
caso de conflicto en el Ártico porque allí está estacionado el Duodécimo
Escuadrón de Alerta Espacial, encargado de vigilar la actividad espacial y
balística de Rusia, según DefenseNews,
una “zona ideal para rastrear misiles balísticos intercontinentales y satélites
en órbita terrestre”.
Por si fuera poco, Rusia ejerce un control
total sobre el tránsito marítimo a través de la llamada Ruta del Norte, que va
desde el Mar de Barents, cerca de la frontera rusa con Noruega, hasta el
Estrecho de Bering, entre Siberia y Alaska, un escenario con cada vez más
buques mercantes en el que podría coaligarse con China por razones
geoestratégicas, y dominar una ruta que será viable económicamente en apenas un
par de décadas, tal y como aclara The Economist en un reciente reportaje,
citados en la BBC.
Efectos
mercantilistas del cambio del clima
El cambio
climático también juega a favor del atractivo que despierta Groenlandia
entre las tres grandes superpotencias. Porque una parte cada vez más notable de
su territorio se derrite casi sin remedio. Hasta ahora, el 80% de su
territorio, la mitad que Europa Occidental, ha estado cubierta de hielo; con al
menos, 2,5 kilómetros de espesor y envuelta en una capa de oscuridad durante
casi seis meses anuales. Pero el deshielo, que va dejando al descubierto cada
vez más áreas pedregosas y, en paralelo, mayores intereses políticos y
empresariales.
El deshielo
que se está produciendo con rapidez en la zona está haciendo que el acceso
a los grandes recursos naturales del territorio sea cada vez más sencillo. Y
que las ambiciones de sus políticos afloren con rapidez. En junio pasado, las
autoridades de la isla presentaron un plan a cinco años para obtener combustible
y dar pábulo a las predicciones que dicen que Groenlandia está en disposición
de gestionar el 13% de las reservas de crudo aún por descubrir. Además de unos
depósitos de uranio y de derivados del zinc majestuosos. Y de las tierras
raras, sobre las que China ha conseguido un papel casi monopolístico en todos
los segmentos de la cadena de valor asociada a estos elementos químicos. Motivo
por el cual el gigante asiático ha invertido en el Proyecto Kvanefjeld, en el
sur de la isla, para poner en marcha una mina de uranio y tierras raras junto a
una empresa australiana.
Patrik Andersson, Jesper Willaing Zeuthen
y Per Kalvig, de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad
de Aalborg (Dinamarca) argumentan en un artículo de investigación que, el
año pasado, una empresa estatal china se ofreció a construir tres nuevos
aeropuertos en la isla, lo que acabó provocando que el gobierno danés aportara
la mitad de la financiación. Según explican estos autores, la maniobra de
Copenhague se interpretó como un movimiento encaminado a mantener a China
alejada y evitar que pudiera contar con un aeropuerto para sus aviones
militares y, de paso, frenar el creciente poder económico que está adquiriendo
el gobierno de la isla. “La minería en Groenlandia, y notablemente la inversión
china en ese sector, ha provocado deliberaciones sobre qué constituye y qué no
una cuestión de seguridad, así como si los intereses económicos de China en
Groenlandia pueden jugar un papel en los debates existentes sobre la futura
independencia de la isla”, explica Marc Lanteigne, profesor de Ciencia Política
en la Universidad de Tromsø, en The Diplomat. Los inuit, el 80% de la
población, creen que es una buena idea convertirse en estadounidenses. Al fin y
al cabo, se trata de decidir entre dos aliados de la OTAN.
Es una de las armas que jugará EEUU, que
va en serio en su oferta. Por mucho que parezca que sea una reivindicación
imperialista, tal y como alertan en una información en Foreign Policy. De
hecho, varios congresistas están respaldando el órdago de Trump. Como el
senador republicano por Arkansas, Tom Cotton, quien lo acaba de plasmar en un
artículo de opinión en The New York Times, y que ve en Groenlandia una fuente
de suministro de agua de gran pureza si en California se producen en el futuro,
cortes de fluido a hogares y empresas por las altas temperaturas o los siempre elevados
riesgos de terremoto. Como ya hizo su país con la adquisición de Puerto Rico o
las Islas Vírgenes. O como ya intentó, en 1867, con la propia Groenlandia, que
fue moneda de intercambio en las negociaciones que acabaron con las colonias caribeñas de Dinamarca
(lo que ahora son las Islas Vírgenes de EEUU).