www.religiondigital.org / 11.04.2019
Estamos viviendo un hecho patente: los
países tradicionalmente más cristianos, a medida que se van desarrollando y son
cada día países más industrializados y más ricos, son también cada día
países menos religiosos. Por eso se puede (y se suele) decir que la
religión cristiana ha entrado en crisis. Una crisis incontenible y
creciente. ¿Qué podemos pensar y hacer en esta situación?
Lo digo claro y sin rodeos: lo que tenemos que hacer los cristianos es
vivir de acuerdo con el Evangelio de Jesús. Teniendo en cuenta
que, si hacemos eso, nos va a ocurrir lo que le ocurrió a Jesús. A saber:
nuestra relación con Dios no se realizará mediante el templo, los sacerdotes y
sus ceremonias, sino viviendo (en la medida de lo posible) como vivió
Jesús: con su misma espiritualidad y llevando una vida que contagia
honradez, bondad y generosidad. Para estar con los que sufren, los que menos
pintan en la vida (mujeres, niños, extranjeros…), los publicanos y los
pecadores.
Haciendo todo eso, con demasiada
frecuencia, como lo hizo Jesús: precisamente cuando y como lo prohibía la
religión. De ahí, el conflicto y los constantes enfrentamientos, que terminaron
por llevar a Jesús al juicio, a la condena y a la muerte cruel de un
subversivo. Que eso fue la cruz.
De ahí, la pregunta capital que nos
hacemos hoy: ¿es el cristianismo una
religión? Como religión se ha vivido durante siglos. Pero, ¿fue así en
su origen?
Mucha gente no se imagina que la palabra
“religión” (thrêskeia), que designa el servicio sagrado, es decir, la religión
y su ejercicio (L. Schmidt: ThWNT III, 155-159), aparece solo cuatro
veces en el Nuevo Testamento. Y referida a los creyentes en Jesús,
únicamente dos veces, en la carta de Santiago (1:26-27), que se aplica a la
“religión de los cristianos”. Para decirnos que “religión pura y sin tacha a
los ojos de Dios Padre, es ésta: visitar (para dar consuelo y alivio) a
huérfanos y viudas en sus apuros y no dejarse contaminar por el mundo”
(cf. Max Zerwick).
Y es que, como bien explican quienes han
analizado a fondo este asunto, el uso poco frecuente de la palabra “religión”,
en el Nuevo Testamento, está en consonancia con el uso, también poco frecuente,
de otros conceptos, relacionados con el culto sagrado, tales como therapeia (“servicio cultual”), latreia (“culto religioso”), épimeleia (“solicitud” religiosa), leitourgía (“servicio o culto divino”), ierourgía (“servicio sacerdotal”) (cf.
L. Schmidt, o. c., 158). Esta escasez o ausencia de vocabulario “religioso-sagrado”
no puede ser casual o por descuido, en un tema tan central para
cualquier religión.
En el cristianismo naciente se evitó el
vocabulario que caracteriza a los “hombres de la religión” porque, como bien se
ha dicho, “la causa y la consecuencia de este hecho (la ausencia de vocabulario
sagrado o religioso) son idénticas: el cristianismo, fundamentalmente,
no exige un comportamiento cultual especial” (W. Radl, Dic. Exget.
N.T., vol. I, 1898). Por eso, cuando Pablo se dirige al romano Agripa, pero incluyendo
al judío Festo, le dice: “He vivido con arreglo a la tendencia más rigurosa de
nuestra religión” (Hech 26:5). Pablo obviamente se refería a la religión judía
en la que había sido “fariseo”, como asegura el mismo Pablo (l. c.).
No nos angustiemos si la religión se debilita y se
hunde.
No nos preocupemos por la escasez de vocaciones, la falta de sacerdotes, el
vacío de los templos y el abandono de sacramentos como la penitencia o el
matrimonio. No pasa nada. Porque, si nos enteramos, de veras, de lo que es el
cristianismo, empezaremos a tomar en serio -y con todas sus consecuencias– que
el centro de nuestra fe y el camino de los cristianos, para buscar a Dios, es
el Evangelio, el proyecto de vida que, con su forma de vivir,
nos enseñó y nos marcó Jesús.
Lo que ocurre, según creo, es que
esto nos asusta. Porque la religión nos ofrece muchas seguridades:
tranquiliza conciencias (que tienen motivos para sentirse inquietas), da
prestigio, refuerza intereses políticos, tiene sus ventajas económicas, legitima
el sistema dominante, fomenta el turismo y hasta sirve para lucirse en festejos
lustrosos. Y es verdad que la religión ha hecho santos. Sí, los ha hecho. Pero
no olvidemos que los santos de verdad vivieron de acuerdo con el
Evangelio. Como tampoco debemos olvidar que “la experiencia religiosa
de todos nosotros ya no es de fiar, porque (como te descuides) nos remite a la
falsa religión” (Thomas Ruster). Y, la verdad, ya estamos hartos de
engaños religiosos.