José M. Castillo S.
www.religiondigital.com / 06.09.18
Nadie pone en duda que el papa Francisco es un hombre
controvertido. Le ocurre a este papa – “mutatis mutandis” - lo mismo que le
pasó a Jesús de Nazaret. Con Jesús ocurrió que, ante él y ante la vida que
llevaba, hubo quienes vieron en él la salvación y quienes pensaron que llevaba
un demonio dentro (Mc 3, 20-30 par). Pues bien, ahora nos encontramos con algo
muy parecido en el caso del papa Francisco. Abundan los que ven en él la
solución para la Iglesia y par muchas cosas de este mundo. Como no faltan los
que anhelan que se vaya o desean que se muera.
Por supuesto, lo que acabo de indicar, con
más o menos detalles, lo sabe todo el mundo. Por eso y como es lógico, no
pretendo informar de lo que ya se conoce y cada día los medios se encargan de
recordarnos, con nuevos datos y nuevos detalles.
Entonces, ¿a qué viene ahora el hecho de
recordarnos lo que ya todos sabemos? Sencillamente, escribo estas cosas porque
hay algo muy fundamental en este asunto que, con frecuencia, no tenemos en
cuenta. Me refiero a esto: Jesús hizo y dijo tales cosas, que su vida terminó
siendo un conflicto. Pero un conflicto, ¿con quién? Con la religión, con sus
dirigentes (los sacerdotes del templo, los maestros de la ley, y los
observantes fariseos). Un conflicto tan brutal, que llevó a Jesús a tener que
aceptar la función más baja que una sociedad puede adjudicar: la de delincuente
ejecutado (G. Theissen).
Así quedó patente que la religión,
entendida y vivida como la entendieron y vivieron los que mataron a Jesús, es
incompatible con el Evangelio. Y, si es preciso, mata a su representante
central, Jesús de Nazaret, por más que ese representante diga y demuestre que
es la revelación de Dios (Jn 1, 18; 14, 9-11).
Mucha gente no sabe que la religión se
empezó a practicar en el mundo cuando en él se hizo presente el “Homo Sapiens”,
el ser humano, hace cien mil años. La religión, en sus más remotos orígenes, no
era la búsqueda de Dios. La religión empezó siendo la mera práctica de
rituales, esquemas de comportamiento desligados de su función pragmática (J.
Huxley, K. Lorenz), que se practicaban para sosegar el espíritu, aliviar
preocupaciones y sufrimientos, remediar inquietudes en aquellos incipientes
seres humanos tan desamparados. Los ritos funerarios son un buen ejemplo de
este primitivo esquema de religión.
Lo de Dios, apareció mucho más tarde,
seguramente en el Paleolítico superior. Por eso, se ha dicho con razón que
“Dios es un producto tardío en la historia de la religión” (G. van der Leeuw,
E. B. Tylor…). De ahí que “el ritual ofrece una orientación que transforma el
“enfrentamiento” recíproco en “colaboración”. En la vorágine de la historia
sólo han podido sobrevivir las organizaciones sociales fundadas sobre bases
religiosas” (W. Burkert). En definitiva, cuando la observancia de los rituales
produce tranquilidad, da dinero y ensalza con honores y dignidades, la religión
se aferra a sus observancias y, si es preciso, para conservar sus privilegios,
mata. Por eso Jesús acabó colgado en una cruz.
Es evidente que, cuando el Hecho Religioso
llega a semejante exceso, la religión fanatiza a los humanos y los puede (y
suele) empujar a conductas aberrantes – e incluso criminales – con la
“conciencia tranquila” y “las manos limpias”. Por eso Jesús, el Señor, se
enfrentó a la religión, a costa de su propia vida.
¿Tiene algo que ver todo esto con lo que
le está pasando al papa Francisco? Resulta llamativo que este papa se ve
rechazado, atacado y hasta odiado por los que siempre han defendido a los
papas. Es en el Vaticano mismo, en la Curia de Roma, en un sector de
cardenales, obispos y clero, en los grupos más integristas y conservadores, en
los más aferrados al clericalismo, en tales ambientes es donde menos se soporta
al papa Francisco. ¿Por qué? Exactamente por los mismos motivos por los que los
notables de Jerusalén, del siglo primero, no soportaron a Jesús. Aquellos
hombres soportaron al Emperador de Roma, a Herodes y a Pilatos. Lo que no
fueron capaces de soportar fue la humanidad de Jesús, su preferencia por los
últimos y los más desamparados de este mundo. Esto fue lo insoportable. Lo
mismo en tiempos de Jesús que ahora, en nuestro tiempo.
¡Qué razón tenía Walter Benjamin! En 1921,
hace casi un siglo, ya se dio cuenta de que “la religión de nuestro tiempo es
el capitalismo”. El dinero nos proporciona bienestar, paz, sosiego, seguridad.
¿Nos damos cuenta de por qué la “religión más clericalista” y el “capitalismo
más derechoso” son inseparables? Si entendemos esto, comprenderemos también por
qué el clericalismo y sus allegados no soportan al papa Francisco.