El Antropoceno se ha instalado de manera permanente en el debate ambiental. Se trata del entorno en que habrá de definirse el papel del ambiente que hemos creado en el destino de la especie que somos. Como suele ocurrir, sin embargo, en el debate sobre los orígenes del Antropoceno - ubicado en la década de 1950 - no aparecen referencias significativas a la transición ocurrida entonces desde la organización colonial del mercado mundial a su organización interestatal (o internacional, en el lenguaje cotidiano).
En ese debate, el papel reservado al Sur es remitido sobre todo el incremento de la población - desde unos 2000 millones hasta cerca de 8000 - entre 1950 y comienzos del siglo XXI. En cambio, ocupa un lugar privilegiado el incremento en el consumo de energía generada con combustibleas fósiles, y el gigantesco crecimiento de la producción industrial y agrícola ocurrido en el mundo Noratlántico o financiado desde allí, que ha incluido una enorme acumulación de desechos – incluyendo los llamados Gases de Efecto Invernadero -, el colapso de ecosistemas, y la pérdida de servicios ecosistémicos y biodiversidad.
De un modo igualmente carácterístico en la geocultura del moderno sistema mundial, el debate sobre el Antropoceno tampoco suele considerar el papel cumplido en ese proceso por las transformaciones políticas, económicas y sociales que convergen en la crisis que hoy padecemos. La referencia más relevante al tema data de 1992, y vino del Sur dieciocho años antes de que el término Antropoceno entrara en escena desde el Norte.
El 12 de junio de aquel año, en su intervención ante la Conferencia de Naciones Unidas sobre Medio Ambiente y Desarrollo celebrada en Rio de Janeiro, el entonces presidente de Cuba, Fidel Castro, planteó allí lo siguiente:
Una importante especie biológica está en riesgo de desaparecer por la rápida y progresiva liquidación de sus condiciones naturales de vida: el hombre.
Ahora tomamos conciencia de este problema cuando casi es tarde para impedirlo.
Es necesario señalar que las sociedades de consumo son las responsables fundamentales de la atroz destrucción del medio ambiente. Ellas nacieron de las antiguas metrópolis coloniales y de políticas imperiales que, a su vez, engendraron el atraso y la pobreza que hoy azotan a la inmensa mayoría de la humanidad. Con solo el 20 por ciento de la población mundial, ellas consumen las dos terceras partes de los metales y las tres cuartas partes de la energía que se produce en el mundo. Han envenenado los mares y ríos, han contaminado el aire, han debilitado y perforado la capa de ozono, han saturado la atmósfera de gases que alteran las condiciones climáticas con efectos catastróficos que ya empezamos a padecer.
Los bosques desaparecen, los desiertos se extienden, miles de millones de toneladas de tierra fértil van a parar cada año al mar. Numerosas especies se extinguen. La presión poblacional y la pobreza conducen a esfuerzos desesperados para sobrevivir aun a costa de la naturaleza. No es posible culpar de esto a los países del Tercer Mundo, colonias ayer, naciones explotadas y saqueadas hoy por un orden económico mundial injusto. […] El intercambio desigual, el proteccionismo y la deuda externa agreden la ecología y propician la destrucción del medio ambiente. […] Hágase más racional la vida humana. Aplíquese un orden económico internacional justo. Utilícese toda la ciencia necesaria para un desarrollo sostenido sin contaminación. Páguese la deuda ecológica y no la deuda externa. Desaparezca el hambre y no el hombre. […] Mañana será demasiado tarde para hacer lo que debimos haber hecho hace mucho tiempo.[1]
En efecto, la Gran Aceleración que abrió paso al Antropoceno, en efecto, tiene uno de sus focos de origen en la transformación de la organización original del mercado mundial como un sistema colonial entre 1750 y 1950, en uno interestatal – al que se suele llamar internacional – tras la Segunda Guerra Mundial, en el mismo proceso que condujo a la dolarización del mercado mundial.
No es el caso discutir aquí las razones por las que desapareció el sistema colonial tras la Gran Guerra. Sin duda, su costo de operación debe haber aumentado muchísimo en lo político como en lo militar, y debe haber ocurrido también una disminución de sus beneficios para las potencias coloniales como para las burguesías de las colonias.
Importa destacar, en cambio, que la conformación de esa comunidad de estados nacionales y la dolarización de los intercambios comerciales entre sus integrantes abrió a la explotación y el comercio enormes reservas de recursos naturales, fuerza de trabajo y capacidades de intercambio y consumo que los regímenes de monopolio colonial no estaban en capacidad de movilizar. Dicho en breve, la Raubwirstchaft o “economía del atraco”[2], característica del sistema colonial, conoció un extraordinario proceso de ampliación y diversificación a partir de la década de 1950, que llevó a su extremo el carácter desigual y combinado del desarrollo del mercado mundial.
Desde esta perspectiva de análisis cabría afinar, precisar y sustentar mejor todo el debate en torno a la globalización, planteándola como un camino antes que como un destino. Hacerlo es imprescindible para comprender la diversidad de opciones inherentes a ese camino, y precisar los problemas de orden político que plantea la gestión del Antropoceno por los herederos de los herederos de quienes lo pusieron en movimiento. Porque en verdad, los pueblos que fueron coloniales serán parte de esa solución, o no habrá solución alguna para la especie que somos todos.
Alto Boquete, Panamá, 9 de enero de 2022
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[1] Discurso pronunciado en Río de Janeiro por el comandante en jefe en la conferencia de naciones unidas sobre medio ambiente y desarrollo, el 12 de junio de 1992. (Versiones Taquigráficas – Consejo de Estado). https://rds.org.co/es/novedades/discurso-de-fidel-castro-en-conferencia-onu-sobre-medio-ambiente-y-desarrollo-1992