Las guerras de independencia en Sudamérica (Parte I)
27/02/2021
A principios del siglo XIX, no había en
Hispanoamérica naciones en el sentido que hoy se le da al término, como
“identidades nacionales”. No existía al inicio del proceso de la independencia
ni Colombia, ni Venezuela, ni Argentina, ni México o Perú como proyectos
“nacionales”. Y no era la defensa de esas “patrias” la motivación del proceso
de las guerras civiles que terminaron en la independencia.
La entidad política actuante eran los municipios
o cabildos o virreinatos, no las naciones
Las “identidades” de inicios del siglo XIX eran,
para las personas de “cultura hispana”, es decir, de habla castellana, dos
opciones: españoles de América o españoles de la península Ibérica. Y las otras
“nacionalidades” diferentes lo eran las naciones indígenas que poblaban
nuestros territorios y que conservaban sus culturas, empezando por su lengua.
Un caso especial, que merece estudiarse, serían los esclavos de origen africano
quienes conservaban elementos de su cultura, pero de sus idiomas originales
solo quedaban fragmentos.
Las instancias políticas centrales en la época
no eran las naciones, sino los municipios o cabildos de las ciudades y pueblos,
y ellos referidos a la entidad superior, que era el Virreinato y no las
“naciones” actuales, en que se descompusieron los Virreinatos. La lucha en
torno al control de los Cabildos y las Juntas nacidas en su entorno municipal
es el eje del proceso político.
La característica de la etapa que va desde 1809
a 1821, es el choque entre ciudades o provincias controladas, unas por sectores
criollos, otras por funcionarios realistas (muchos de ellos criollos también y
no siempre “gachupines”) reaccionarios ante el menor cambio: Buenos Aires –
Córdoba o Montevideo; Bogotá – Cartagena – Popayán o Santa Marta; Caracas –
Maracaibo, etc.
Para tener una comprensión cabal del proceso, al
abordar ese período, no se puede hacer desde una historia vista desde las
“naciones” actuales, sino que tiene que ser desde una perspectiva regional,
que se enmarque dentro de la lógica de funcionamiento del conjunto del sistema
colonial y, en todo caso, de los Virreinatos que se habían estructurado a lo
largo del siglo XVIII.
Las naciones como las conocemos son el
resultado, no el inicio del proceso independentistas. Los criollos convertidos
en oligarquías de comerciantes y terratenientes que controlaron los nuevos
estados, para construir identidades nacionales que sirvieran a su legitimación
política, tuvieron dificultades para “imaginar” su particularismo que les
diferenciara del resto y de la metrópoli, a las que estaban unidas por la
historia y la cultura.
La lucha por las juntas gubernativas más que la
independencia
Al inicio del proceso, 1808, la lucha por la
“independencia” lo era frente a la ocupación francesa de España. Lucha en la
que se identificaron por igual “españoles” de ambos continentes y que va a
encontrar su mejor expresión en las Cortes de Cádiz y la Constitución de 1812.
Constitución en la que el principal conflicto
consistió en no reconocer a la población indígena y esclava de América, lo que
habría dado mayoría a los españoles de este lado del Atlántico sobre las
futuras Cortes. Pero en esa disputa respecto a la sub o sobre representación de
los criollos en las Cortes solo interesaban los indígenas, castas y los
esclavos como agentes pasivos, no como reales ciudadanos con derechos a los
cuales las reglas electorales les impedían estar directamente representados.
Reglas establecidas por los propios criollos.
Las Abdicaciones de Bayona supusieron la debacle
de la monarquía española, creándose una crisis respecto a quién representaba la
continuidad del poder político, la soberanía del Estado. Funcionarios
monárquicos intentaron que la Junta de Sevilla se convirtiera en el hilo de continuidad
de la desaparecida monarquía borbónica, lo cual fue cuestionado por algunas
juntas en España, y por las de América, sobre todo cuando dicha junta
desaparece para dar paso al llamado Consejo de Regencia a fines de 1809,
aislado en Cádiz.
Se establecieron en América dos bandos: los
absolutistas, realistas o monárquicos, que pretendían continuar como si nada
hubiera cambiado, centrando el poder en la Audiencia y los Virreyes; y los
criollos que apelaron al principio de la “retroversión de la soberanía”, es
decir, que en ausencia del rey la soberanía retornaba al pueblo a través del
municipio o cabildo convertido en Junta Gubernativa.
Los reaccionarios en el fondo negaban derechos
de igualdad a los criollos y consideraban a las “posesiones en América” como
colonias; los criollos (sin incluir a las clases sociales explotadas) se
consideraban iguales, como súbditos con iguales derechos, puesto que los
virreinatos no eran colonias, sino reinos, con iguales derechos que los reinos
españoles.
Las guerras civiles que empiezan entre 1809 y
1811, por parte de los funcionarios monárquicos virreinales, se desatan porque
intentan reprimir no las “declaraciones de independencia”, que no se han
producido en ningún lado, sino porque quieren impedir la modificación del orden
político colonial, devolviendo a los criollos a la situación de subordinación
anterior, sacando de en medio a las Juntas y volviendo a colocar en el centro
al Virrey, la Audiencia y los Cabildos como estaban antes de esa fecha.
Es esta imposibilidad de ponerse de acuerdo en
una “reforma” del sistema político, esa incapacidad de aceptar ningún cambio
por pate de los “realistas”, o monárquicos, o “absolutistas” (pues la mayoría
de los criollos también eran monárquicos, pero “constitucionales”) es lo que va
a llevar a la guerra civil y con ello a la radicalización del proceso,
incluyendo las primeras declaratorias de independencia absoluta de Fernando
VII, como la de Caracas el 5 de julio, Bogotá el 9 de septiembre y en Cartagena
el 11 de noviembre de 1811.
Pese a lo sangriento de las guerras civiles, las
declaraciones de independencia absolutas tardaron en producirse hasta 1816,
para Buenos Aires y las Provincias Unidas del Río de La Plata; y hasta 1821 en
Nueva España (México y Centroamérica).
Los criollos ni muy ilustrados, ni mucho menos
jacobinos
Otro mito habitual consiste en dotar de una
cultura jacobina y una amplia influencia de la Ilustración francesa en los
líderes del movimiento emancipatorio. Pero nuevos estudios cuestionan el grado de
influencia que esas ideas pudieron tener en América, que en opinión de algunos
especialistas no llegaron más que a un puñado reducido de individuos (Bonilla,
2015).
Por el contrario, el miedo a que permearan en
las sociedades hispanoamericanas las de “libertad, igualdad y fraternidad” eran
el principal temor de la clase dominante local, los criollos. Ellos temían
mucho que cundiera el ejemplo de Haití, donde los esclavos negros se apropiaron
de las ideas de la Revolución Francesa para reclamar sus derechos y terminar
creando un Estado independiente. Haití era la pesadilla más temida de los
criollos, y evitar esa situación explica muchos de sus actos.
Ideas ilustradas o jacobinas permearon a
sectores sociales de capas medias, como abogados o militares, quienes
constituyeron el núcleo más radical de la independencia: Moreno, Nariño,
Bolívar, Morelos, Hidalgo, etc. Pero incluso en estos casos hay que cuidarse de
no cometer anacronismo atribuyéndoles caracteres “democráticos” de los que
carecían.
En este sentido, es decir, señalando los límites
de la radicalidad de los líderes más “jacobinos”, si cabe el término, algunos
especialistas califican a dos de las figuras más importantes y decisivas de la
independencia, como José de San Martín y Bernardo Monteagudo, como “liberales
monárquicos” (Rojas, 2018, pág. 31).
Tómese en cuenta que la Ilustración europea y
los sectores ilustrados hispanoamericanos del siglo XIX, cuando proponían un
gobierno moderno, no entendían por ello: igualdad y participación de todos los
sectores sociales en las estructuras del poder; ni voto universal (masculino);
ni final de la esclavitud (algunos pocos sí); ni de la servidumbre de los
indígenas.
La mayoría de estas conquistas democráticas que
hoy vemos como “normales” son producto de las luchas posteriores del movimiento
obrero y socialista europeo y de revoluciones como la de 1848, que tuvo
consecuencias liberales en Hispanoamérica. Podrían ser liberales y republicanos
en el sentido de la división de los poderes, o en que la legitimidad política
“emana del pueblo” y no de dios, sea lo que sea que se entienda por esa frase.
Pero eran flexibles con el régimen monárquico si sus intereses estaban garantizados.
En diversas coyunturas del proceso, los criollos
moderados y radicales jugaron con la posibilidad de establecer una monarquía
con poderes recortados, al estilo inglés, lo cual nunca cuajó. Como ejemplo
baste mencionar las gestiones de uno de los más ilustrados y conspicuos líderes
del movimiento, el porteño Manuel Belgrano que, en 1808-09, liderizó las
gestiones para entronizar en América a la hermana de Fernando VII, la infanta
Carlota Joaquina, casada con el príncipe regente de Portugal, Juan VI, que
vivía en Río de Janeiro, Brasil.
Años después, en 1814 - 1815, fue enviado Manuel
Belgrano junto con Bernardino Rivadavia por los criollos de Buenos Aires para
negociar la autonomía de la ciudad a cambio de un acuerdo con Fernando VII, o
tentar la entronización de un Borbón (el hermano de Fernando, Francisco de
Paula). Incluso en 1816, durante los debates del Congreso de Tucumán, Belgrano
propuso el llamado Plan Inca, para entronizar a un hermano de Tupac Amaru.
Simón Bolívar recibió múltiples veces la
propuesta de convertirse en un monarca o emperador, como lo hizo Iturbide en
México. Él rechazó esa idea, pero sí aceptó la de “presidente vitalicio” o
“protector” de Colombia (o Gran Colombia, como se le ha llamado después).
Esto fue usado en su contra por su vicepresidente Santander y por la oligarquía
criolla de Bogotá para sabotearlo y sacarlo del poder aduciendo que quería
convertirse en un dictador.
Aunque los ejércitos libertadores incorporaron
esclavos, no hubo nunca eliminación de la esclavitud. En general, sólo se
manumitieron los esclavos que se sumaron al ejército, pero los libertadores
tuvieron cuidado de afectar el sistema de explotación de las haciendas. Otro
tanto podría decirse de los indígenas y los sistemas de servidumbre que, al igual
que la esclavitud, sobrevivieron hasta bien entrado el siglo XIX.
Tampoco hubo voto universal (masculino), pues el
sufragio y el derecho a ser elegido estuvo asociado a la propiedad territorial
y a criterios que impedían a las clases explotadas participar de manera
igualitaria. Esto sería una conquista posterior, en muchos casos, a las
revoluciones liberales a partir de 1848.
Contradicciones entre los Virreinatos de Perú y
el Río La Plata
La crisis de Lima, Virreinato del Perú, se vio
exacerbada por la creación del Virreinato de la Nueva Granada (1739), al que se
fueron adhiriendo las audiencias de Panamá, Quito y Caracas a lo largo del
siglo XVIII; y la creación del Virreinato del Río de la Plata (1776) al que se
adscribió el Alto Perú y los territorios de lo que hoy son los estados de
Bolivia, Paraguay, Uruguay, Chile y Argentina. Con lo cual los comerciantes
limeños perdieron control comercial y político, al cual siempre soñaron volver.
Esta nueva estructura político-administrativa va
a definir, para el caso de Sudamérica, los dos polos opuestos del proceso de
guerras civiles que culminarán en la independencia hispanoamericana: Lima y
Buenos Aires.
La capital del Virreinato del Perú, Lima, va a
ser el centro político de los sectores más conservadores y reaccionarios a
cualquier cambio, la cabeza del realismo absolutista más furibundo. En cuanto a
la dinámica general, la ciudad estaba en decadencia económica y política por el
cercenamiento sufrido principalmente en favor del nuevo Virreinato del Río de
La Plata. Amputación que incluyó la principal fuente de riqueza y motor
económico, la producción de plata de Potosí; así como el monopolio comercial
con España del que había gozado por 200 años. Aunque aún tenía cierto esplendor
y recursos económicos que le permitían disputar la hegemonía política y militar.
En el otro extremo se encontrará Buenos Aires,
capital del Virreinato del Río de la Plata, que va a constituirse en el
epicentro de la revolución, con todos los matices antes expuestos, cuyos comerciantes
van a tomar la vanguardia política del proceso luchando clara y
consecuentemente por sus intereses clasistas, los que defendió con total
lucidez a través de intelectuales, dirigentes políticos y militares que ocupan
su lugar en la historia (Manuel Belgrano, principalmente).
Dos élites de comerciantes, funcionarios y
militares confrontados, unos, los de Lima, expresando una añoranza por un
pasado perdido recientemente, pero aún con suficiente poder para trabar el
proceso durante más de diez años de cruentas guerras civiles; los otros, con el
brío de una burguesía joven, entusiasta y rica, impulsada por aliados poderosos
como los capitalistas ingleses.
El Alto Perú, y las llamadas Provincias del
Litoral, van a constituirse en la presa en disputa y el escenario en que se
libraron las guerras de independencia. Las victorias o derrotas de los
ejércitos de Lima o Buenos Aires en especial en Alto Perú van a definir las
etapas del proceso, y los cambios de gobierno en Buenos Aires, oscilando entre
radicales y conservadores, según la marcha de la guerra.
Estas regiones eran muy productivas, en el
sentido agrícola y ganadero, pero sobre todo porque era el corazón de las minas
de plata, producción que, aunque en decadencia tecnológica y productiva seguían
siendo el fruto deseado por controlar. La importancia económica y cultural del
eje Potosí, Chuquisaca y La Paz es que fue el epicentro donde se inició el
proceso de independencia y las guerras en torno a la creación de la “juntas”
dominadas por los criollos frente a las autoridades virreinales tradicionales.
En Alto Perú, hoy Bolivia, se inicia la lucha
entre los que podríamos llamar reformistas o “juntistas” y los inmovilistas o
“realistas”. La lucha entre los que aspiraban a reformas de orden político (el poder
en manos de Juntas, aunque leales a la monarquía) y en el orden económico
(librecambio); y los que no aceptaban ninguna reforma del sistema virreinal
bajo control de las autoridades designadas desde España y en lo económico, no
querían completa libertad de comercio, sino control español del mismo.
Allí se inició el proceso, en Alto Perú, pero
luego se transformó en el último bastión monárquico en liberarse del dominio
español y monárquico, porque el virrey Abascal tomó el control reprimiendo a
los sectores progresivos. Lo que da cuenta del poder político, económico y
militar que seguían teniendo los sectores reaccionarios en el Virreinato del
Perú. Gracias al “Trienio Liberal” del general Riego en España, y a Bolívar y
Sucre, en 1825, finalmente se completó la independencia del último bastión
monárquico, Alto Perú.
Las invasiones inglesas mostraron capacidad de
Buenos Aires de subsistir sin España
Previo a la debacle de la monarquía española con
las abdicaciones, en la cabecera del Virreinato del Río de La Plata ocurrió un
acontecimiento que, aunque parezca contradictorio con la lógica general del
proceso, ayudó mucho a preparar las condiciones para la independencia aportando
seguridad en cuanto a la capacidad de los locales de darse a sí mismos gobierno
y autodefensa. Ese suceso fueron las invasiones inglesas a Buenos Aires y
Montevideo en 1806 y 1807.
El 25 de junio de 1806 un ejército inglés de más
de mil hombres atacó la ciudad de Buenos Aires, siendo incapaz de hacerle
frente el virrey Rafael de Sobremonte quien se retira y causa la impresión de
entregar la ciudad cobardemente. Para enfrentar la ocupación, los habitantes de
la ciudad organizan un cuerpo de milicias que expulsan a los invasores dos
meses después. Cuando el virrey quiso retornar la ciudad se lo impidieron.
El 3 de febrero de 1807 la ciudad de Montevideo
fue invadida por los ingleses en preparación de un nuevo asalto sobre Buenos
Aires, el cual se produjo a fines de junio. Ante la incapacidad manifiesta del
virrey Sobremonte para hacer frente a los ingleses la ciudad de Buenos Aires lo
depuso formalmente, y nombró como nuevo virrey al oficial del ejército Santiago
de Liniers, el cual, a la cabeza de la milicia de ciudadanos y de lo que
quedaba del ejército español organizó la resistencia victoriosa a la nueva
ocupación, el 7 de julio de 1807.
A partir de estos hechos, la ciudad de Buenos
Aires ganó una autonomía desconocida hasta entonces, la cual no volvió a perder
en todo el proceso. Los habitantes de la ciudad y sus patricios, los criollos
comerciantes, abogados y militares ganaron confianza con dos decisiones claves:
un cuerpo de milicias aguerrido que sería la punta de lanza de sus propuestas
por toda la región del virreinato; y la posibilidad de destituir de manera
legítima una autoridad nombrada por el rey y nombrar otra en su lugar.
Hecho este último que terminó avalado por el
monarca Carlos IV, que reconoció a Liniers como virrey interino, hasta que se
envió un sustituto, en la persona de Baltasar Hidalgo de Cisneros. Pero de ahí
en adelante, ambos virreyes perdieron el poder absoluto y tuvieron que
compartirlo con los criollos bonaerenses de las milicias, del Consulado de
Comercio y del Cabildo. Acá el Consulado de Comercio, contrario al de México,
no estaba controlado por los españoles, sino por los criollos, y Manuel
Belgrano justamente era su principal figura, junto con su primo J.J. Castelli.
Ya nada sería igual en Buenos Aires.
La invasión napoleónica, abdicaciones y el
“carlotismo”
Los acontecimientos en la península Ibérica
explican el inicio del proceso político que culminó en la independencia de
Hispanoamérica, durante los años 1807 a 1809, que ya hemos explicado que aún en
ese momento no tenían por objetivo la ruptura política con España y su
monarquía, sino todo lo contrario, preservar los lazos políticos con reformas
que permitieran responder a la nueva situación.
En 1807, el monarca lusitano con el título de
“príncipe regente”, porque gobernaba por su madre que había sido declarada
loca, y que posteriormente gobernaría con el nombre del rey Juan VI de
Portugal, estaba casado con la hermana mayor del que sería rey español Fernando
VII, doña Carlota Joaquina de Borbón, hija del
hasta ese momento rey Carlos IV.
En el verano de 1807 la monarquía portuguesa
recibe una amenaza de Napoleón Bonaparte de que sería invadida si en un plazo
perentorio no se sumaba al bloqueo que Francia había impuesto en los puertos
europeos a los navíos ingleses. Portugal había sido tradicional aliada de la
corona británica, así que le comunicó la situación. El ministro inglés George
Canning les propuso un acuerdo a los portugueses, que se ejecutó entre octubre
y noviembre de ese año, consistente en evacuar a la corte lusitana hacia Río de
Janeiro, Brasil, bajo la protección de la armada británica.
En ese interín las tropas francesas reciben
autorización de la corona española para atravesar el país e invadir Portugal,
lo cual se concreta en noviembre de 1807. Pero a partir de ese momento el
ejército napoleónico permaneció en la península Ibérica, sin abandonar España,
realizando una ocupación de hecho del territorio.
En España, el 27 de marzo de 1808, se produce el
llamado Motín de Aranjuez, por el cual el príncipe Fernando y sus seguidores
fuerzan la renuncia del “favorito” y primer ministro Manuel Godoy, y pocos días
después la abdicación de su padre Carlos IV en su favor.
Rápidamente los agentes de la corona española
promueven que en América las ciudades juren lealtad al nuevo rey. Lo cual se
cumple en los meses subsiguientes en casi todos lados, pero el virrey Santiago
de Liniers en el Río de La Plata retarda de manera taimada su juramento, hasta
agosto. Esta actitud de Liniers, junto a su origen francés lo va a marcar y a
hacer sospechoso ante los sectores leales a Fernando VII.
En el mes de mayo, Napoleón reúne en la ciudad
francesa de Bayona a padre e hijo, los dos reyes españoles que disputaban el
trono. Obliga a Fernando a abdicar en favor de su padre Carlos, y a este último
en abdicar en su favor, con lo cual proclama a su hermano José Bonaparte rey de
España, el 7 de mayo de 1808.
Unos días antes, el 2 de mayo, estalló una
rebelión popular espontánea del pueblo de Madrid contra la ocupación francesa,
la cual fue duramente reprimida por las tropas del general Murat, y que va a
ser el primer asalto de lo que se va a llamar la Guerra de Independencia de
España contra los ocupantes galos. Para luchar contra las tropas invasoras, y
ante la desaparición del aparato político de la monarquía española, o su
control por los “afrancesados” de José Bonaparte, los leales a Fernando VII van
a promover la organización de “Juntas” por ciudades dirigidas por los patricios
de cada una.
El 28 de mayo de 1808 se creó en la ciudad de
Sevilla, que no estaba ocupada aún por los franceses, la Junta Suprema de
España e Indias, o abreviadamente, la Junta de Sevilla, presidida por Francisco
de Saavedra. El 6 de junio esta Junta de Sevilla emite una declaración formal
de guerra contra Francia, y el 15 de junio envía nota a las ciudades americanas
informando la situación y, directa o indirectamente, sugiriendo la creación de
Juntas siguiendo el ejemplo peninsular.
Aunque, irónicamente, en los meses posteriores
algunas juntas y figuras políticas en América se negaron a aceptar la Junta de
Sevilla aduciendo que había otras en España, duda que luego de 1810 pasaron al
Consejo de Regencia. Actitud que parece más bien buscaba justificar el actuar
independiente ante la ausencia absoluta de un poder legítimo en España.
Paralelamente en Brasil, la monarquía
portuguesa, que siempre había tenido aspiraciones de expansión territorial
brasileña hacia lo que era el virreinato del Río de La Plata, empezó a ejecutar
un plan con ayuda del almirante inglés William Sidney Smith, para convencer a
las autoridades y criollos del virreinato y de la ciudad de Buenos Aires de
nombrar a Carlota Joaquina de Borbón como regenta de este territorio mientras
durase la ocupación francesa, o, en todo caso, a su primo Pedro Carlos de
Borbón quien también estaba en Río de Janeiro.
El plan abarcó todo el espacio colonial español,
pues se enviaron notas parecidas a Nueva España y otras regiones. Pero, al parecer,
la propuesta “carlotista” tuvo menos calado en otras regiones que en el Río de
la Plata.
Ambos aspirantes elaboraron un documento
conocido como “La Justa Reclamación” en el que se denunciaban los hechos
ocurridos desde el Motín de Aranjuez, con lo cual, en la práctica desconocían
la legitimidad de Fernando para ocupar el trono. Esta reclamación, en forma de
carta fue enviada a casi todas las figuras prestantes de Buenos Aires: Liniers,
Álzaga, Saavedra, Belgrano, etc. Estas notas fueron entregadas en septiembre de
1808.
Carlotistas vs juntistas
A partir de esto se va a producir la primera
crisis política que va a dividir al virreinato en dos partidos y va a durar
hasta mediados de 1809: los “carlotistas” y los “juntistas”, partidarios estos
últimos de mantener la lealtad a Fernando VII.
Hay que tener cuidado de no confundirse porque
los que en principio van a definirse como “juntistas” en 1809 en realidad son
monárquicos absolutistas o reaccionarios, leales a Fernando VII; mientras que
los “carlotistas” (una variante monárquica) terminarán siendo juntistas en
1810, al crearse la Primera Junta.
La transmutación del “partido carlotistas” en
“juntista” se va a deber a un cambio de estrategia del gobierno inglés, que
dejó de promover esa opción porque pasaron a ser “aliados” momentáneos de los
leales a Fernando VII. Es evidente que los originalmente “carlotistas” eran
comerciantes criollos muy ligados a los ingleses.
Los “juntistas” estarían encabezados por las
autoridades tradicionales, vinculadas a España, como los alcaldes de Buenos
Aires y Montevideo, Martín de Álzaga y Francisco de Elío y partidarios de la
Junta de Sevilla en ese momento. Los “carlistas” serían los criollos vinculados
al comercio interesados en romper todas las limitaciones a sus negocios, como
Manuel Belgrano y sus aliados. La contradicción entre estos dos bandos es la
que explica los acontecimientos de esta fase del proceso.
El virrey Liniers y demás autoridades rechazaron
comedidamente la sugerencia de “La Justa Reclamación” aduciendo que ya habían
jurado lealtad a Fernando unos meses antes. Pero un sector vinculado al
Consulado de Comercio, que expresaba los intereses de los comerciantes criollos
dispuestos al libre comercio con los ingleses, encabezado por Manuel Belgrano,
su primo Juan José Castelli, Nicolás Rodríguez Peña, Beruti y otros jugaron con
la posibilidad y enviaron una carta de respuesta a Carlota de Borbón.
Este grupo ha sido llamado por la historia como
el “partido carlotista”, pero también por el otro sector como el “partido de la
independencia”. Parece contradictorio que, quienes van a encabezar el proceso
independentista en los años posteriores defiendan la idea de establecer una
monarquía borbónica en Buenos Aires a través de Carlota.
Pero si se comprende que, como hemos explicado
antes, el objetivo de los comerciantes criollos no era una “independencia
nacional”, sino sus intereses económicos representados en el libre comercio por
encima de todo. Si esto se podía lograr con una monarquía moderada que los llevara
en cuenta, no había ningún problema de principios para ellos. Belgrano,
Castelli y los otros no eran republicanos a muerte, ni mucho menos jacobinos.
El texto de la carta enviada a Carlota de Borbón
por Belgrano y sus amigos, con fecha de 20 de septiembre de 1808, decía que su
ascenso al trono porteño tendría un efecto positivo en el virreinato porque
“…cesaría la calidad de colonia, sucedería la ilustración, el mejoramiento y
perfeccionamiento de las costumbres; se daría energía a la industria y al comercio,
se extinguirían aquellas odiosas distinciones entre europeos y americanos, se
acabarían las injusticias, las opresiones, la usurpación y dilapidaciones de la
renta” (Ferla, 2006).
Manuel Belgrano diría en sus Memorias años
después: "Sin que nosotros hubiéramos trabajado para ser independientes,
Dios mismo nos presenta la ocasión con los sucesos de 1808 en España y en
Bayona. En efecto, avívanse entonces las ideas de libertad e independencia en
América, y los americanos empiezan por primera vez a hablar de sus derechos...
Entonces fue que, no viendo yo un asomo de que se pensara en constituirnos y sí
a los americanos prestando una obediencia injusta a unos hombres que por ningún
derecho debían mandarnos, traté de buscar los auspicios de la Infanta Carlota y
de formar un partido a su favor, oponiéndose a los yiros de los déspotas que
celaban con el mayor anhelo para no perder sus mandos y, lo que es más, para
conservar la América dependiente de la España, aunque Napoleón la dominare"
(Belgrano, 1910).
La disputa entre “carlotistas” y “juntistas” se
va a extender hasta mediados de 1809, cuando jugó un papel fundamental los
acontecimientos como:
- La creación de la Primera Junta, el 21 de septiembre de
1808, en Montevideo cuando un Cabildo abierto formó una Junta y nombró al
gobernador Francisco Javier de Elío como su presidente, sin aval del
virrey Liniers. Montevideo se va a convertir en un bastión de los leales a
Fernando a lo largo de la guerra confrontado con Buenos Aires;
- La llamada Asonada de Álzaga, en Buenos Aires el 1 de
enero de 1809, cuando los sectores españolistas del Cabildo y el ejército
intentan deponer al virrey Liniers, el cual es salvado por el coronel
Cornelio Saavedra, que representa a los sectores criollos de las milicias;
- Los hechos ocurridos en la ciudad de Chuquisaca el 25
de mayo y en la ciudad de La Paz el 16 de julio de 1809, la disputa entre
los sectores españolistas o juntistas del Cabildo y la Universidad contra
el presidente de la Audiencia, García de León Pizarro e indirectamente
contra Liniers, sospechosos de pretender entregar Alto Perú a Brasil a
través de Carlota. Los hechos de Chuquisaca han sido presentados como
primera proclama de independencia de América, pero no fue así. El pueblo
de Alto Perú interpretó que se les entregaba al imperio portugués a través
de Brasil cuyo “bandeirantes” ya habían hecho incursiones allí. En la
durísima represión a Chuquisaca y Lima en 1809 actuaron de común acuerdo
tanto Buenos Aires como Lima.
Pero en los meses subsiguientes, de fines de
1809 y principios de 1810, el proyecto carlotista se fue desvaneciendo por un
simple hecho: los ingleses que antes eran enemigos de la corona española
pasaron a ser aliados a través de la Junta de Sevilla, primero, y del Consejo
de Regencia, después.
Los ingleses, a quienes convenía garantizar sus
intereses comerciales en el Río de la Palta, y que para ello los mejores
aliados eran los del grupo de Belgrano, tenían que actuar sin que pareciera que
desconocían los “derechos” de Fernando VII. Además, aunque Portugal/Brasil eran
aliados, tampoco les convenía ayudarlos a inflar sus intereses y poder en la
región.
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(págs. 39-60). Lima: Institut français d’études andines. Obtenido de https://books.openedition.org/ifea/7395?lang=es
(Fragmento del libro
Independencia hispanoamericana y lucha de clases, IV Ed.), sociólogo y analista
político panameño, profesor de la Universidad de Panamá y militante del Partido
Alternativa Popular.
Fuente:
www.sinpermiso.info, 27 de febrero 2021