Por: Guillermo
Castro H.
Estos
son tiempos de metáforas. Las categorías tradicionales de un saber que se
desmorona van siendo renovadas mediante términos importados de otros campos del
conocer que ganan en importancia ante los cambios en el mundo en que vivimos.
Así la categoría de ecosistema; así, las de ADN, mutación y evolución.
Antes, las categorías de la economía – mercado, valor agregado, ganancia –
bastaban para dar cuenta de lo que sabíamos, o creíamos saber, de nuestra
realidad. Hoy somos protagonistas, junto a siete mil millones de semejantes, de
un tiempo en que un mundo que va dejando de ser, mientras se forman otros que
pueden llegar a ser. La diferencia el que conocemos y el que resulte será tan
grande como la que separó al mundo que una vez nos pareció moderno del medieval
que lo precedió, o como la que distinguió a éste del antiguo.
Hay, sin embargo, una diferencia fundamental. En los mundo anteriores, la
ciencia no ocupó un lugar relevante, y las innovaciones tecnológicas ocurrieron
con gran lentitud. Sin embargo, así como la Iglesia desempeñó un papel decisivo
en el paso del mundo antiguo al medieval, en nuestra transición la producción y
aplicación del conocimiento a la transformación de la realidad material y
social tendrá un papel decisivo.
En el pasado, el desarrollo del trabajo, el conocimiento y las innovaciones
tecnológicas tuvo lugar de manera inconexa, y generó cambios sociales no
previstos. De este modo, si por un lado la producción industrial sustituyó a la
artesanal y esto incrementó en gran medida la producción de alimentos y bienes
de consumo, por otro generó el despoblamiento del campo y el crecimiento de las
ciudades, lo cual a su vez aceleró el desarrollo del mundo moderno.
Hoy podemos prever las consecuencias de nuestros actos más allá de lo
económico, y empezamos a entender cómo se requieren mutuamente la innovación y
el cambio social. Así, entendemos que la investigación y el desarrollo
necesarios para intensificar la demanda y el ritmo de la innovación, dependen
de cambios sustantivos en el acceso a la educación y de formas novedosas de
organización de la actividad productiva y la vida social.
La expresión “mercado” ya no basta para
dar cuenta de la complejidad de esta interdependencia. Por eso utilizamos la
metáfora del “ecosistema”. La formación de ese ecosistema demanda una mutación
sustantiva en la evolución de las capacidades sociales necesarias para
relacionar entre sí, de manera nueva, la educación, la investigación, el
desarrollo de nuevos productos y la innovación para el mercado. Y de ese
proceso lo que hoy llamamos, tentativamente, el ADN de una cultura nueva.
Si no se entiende esto, podemos terminar
innovando por imitación, aunque esto parezca un contrasentido. Gobernar es
prever. Al gobernar la Ciudad, la Fundación entiende que desarrollar y
consolidar el vínculo entre los extremos del I+D+i es el más importante de
nuestros deberes.
Ciudad del Saber, Panamá, 30
de marzo de 2018.