Por: Guillermo Castro H.
El país de la Ciudad empezó a tomar forma hacia 1520. Su
territorio y su topografía eran muy semejantes a las de hoy, con una importante
salvedad: no existía un canal interoceánico en su centro. Existía en cambio un
puente terrestre entre las Américas del Norte y del Sur, y algo más, que
empieza a estar de vuelta: múltiples vías de comunicación terrestre entre ambos
océanos, que facilitaban el comercio de las dos vertientes del Istmo entre sí,
y de las civilizaciones chibcha y maya, en el Pacífico y el Caribe.
Panamá, en efecto, ha tenido desde hace unos diez mil años lo que algunos
llaman una “vocación de tránsito”, tanto interoceánico como interamericano,
sustentada por las características naturales del Istmo. Que durante cinco
siglos haya sido ejercida de manera exclusiva por una sola ruta – la que
comunicaba entre sí a los valles del río Grande, al Sur, y del Chagres, al
Norte -, es un hecho histórico, no natural. Y como tal, relativamente breve,
además.
La concentración del tránsito en una sola ruta – a lomo de esclavos y mulas,
primero; por ferrocarril y por un canal, después – fue el resultado del interés
de dos potencias mundiales en monopolizar esa actividad y sus beneficios. El
significado más profundo del Tratado Torrijos-Carter de 1977 consiste en que,
por primera vez en cinco siglos, el tránsito interoceánico y el uso de sus
beneficios pasaron a ser responsabilidad del Estado nacional de la sociedad
panameña. Ingresamos, así, a una etapa nueva de nuestra historia, cuyas
consecuencias aún están en formación.
Hoy, junto a las innovaciones que van surgiendo en nuestro entorno a partir de
la creación de entidades como la Autoridad del Canal de Panamá y la Ciudad del
Saber, empieza cambiar también la organización territorial de nuestra economía.
Panamá cuenta ahora, por ejemplo, con cuatro nuevas vías interoceánicas, en
Chiriquí, Veraguas, Coclé y la Comarca Guna Yala. Está en formación otra más,
en Darién, y con la construcción del nuevo puente sobre el Canal en el
Atlántico va tomando forma otra vez la posibilidad de vincularnos a la América
del Sur por una ruta aún no determinada.
Este proceso se verá acompañado más temprano que tarde por una reorganización
funcional y territorial del Estado, que estimule y facilite – pro domo
beneficio, en beneficio del propio hogar – el desempeño de las funciones
que ha venido cumpliendo el Istmo pro mundi beneficio durante cinco
siglos. Nuestra vinculación al proyecto de una ruta de la seda global, por
ejemplo, apunta en esa dirección. Lo decisivo, sin embargo, ha sido y será la
voluntad activa y creciente de los panameños en participar en la creación del
mundo nuevo de mañana en el Nuevo Mundo de anteayer. Hay que trabajar con toda
nuestra gente en esa dirección. Este es sin duda un tiempo de innovación para
el cambio social en el país de la Ciudad.
Ciudad del
Saber, Panamá, 23 de marzo de 2018