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El presidente de Somalia
declaró como desastre nacional la hambruna que asola el país. Ha habido escasa
respuesta por parte del resto del mundo. La sequía es una desgracia natural que
puede ocurrir en cualquier parte, pero lo que hace que esta sea más letal es el
continuado conflicto que evita que la ayuda humanitaria llegue a los
necesitados y dificulta que los nómadas afectados viajen a otros lugares en
busca de ayuda.
A menudo oímos el cliché «el
agua es un bien preciado» mientras llevamos con nosotros botellas de agua que
podemos beber en cualquier momento. Nos bañamos en ella varias veces al día,
lavamos el coche, inundamos el jardín con litros y litros de agua y la
malgastamos de cualquier forma imaginable. En las raras ocasiones en que nos
levantamos por la mañana y no tenemos el agua disponible en el grifo, nos
volvemos locos por no poder lavarnos los dientes, la cara y tirar de la
cisterna una sola mañana. Ahora, imagina que solo un sorbo se interpone entre
la vida y la muerte… y no hay agua en ninguna parte.
Eso es exactamente lo que
está ocurriendo en Somalia, donde, según la ONU, más de 6,2 millones de
personas se enfrentan a la hambruna y la inanición causadas por la inseguridad
alimentaria, que deriva de las escasas precipitaciones y la falta de agua
limpia. «Somalia está sumida en una intensa sequía provocada por dos temporadas
consecutivas de escasas precipitaciones. En las áreas más afectadas, las
precipitaciones no adecuadas y la falta de agua han destruido las cosechas y el
ganado, al tiempo que algunas comunidades se ven forzadas a vender sus bienes y
pedir comida y dinero para sobrevivir», explica el informe.
En un país donde más del 48%
de la población son nómadas y agricultores en las áreas rurales, la lluvia
salva vidas. No es de extrañar que los somalíes midan la prosperidad por el
lema Biyo iyo Baad («agua y pastos
verdes»). Y cuando hay escasez de lluvias durante más de dos años consecutivos,
como en los que precedieron a la situación actual, los resultados son hambruna,
inanición e incluso la muerte de personas y ganado.
En 2010 y 2011 el país se vio
afectado por la última sequía de su historia, que fue también una de las más
devastadoras; esta dio lugar a una hambruna que causó la muerte de
aproximadamente 258.000 personas, según la ONU y sus agencias. Además,
actualmente Unicef ha clasificado Somalia como uno de los países de creciente
importancia donde la malnutrición aguda podría causar la muerte de miles de
niños si no llega una rápida respuesta internacional.
Gran cantidad de personas ya
han tenido que desplazarse de sus áreas nómadas y trasladarse a espacios
urbanos u otras áreas rurales menos afectadas por la sequía. Las zonas más
afectadas se encuentran en las regiones del este del estado autodeclarado de
Somalilandia, normalmente pacífico, y en las regiones del norte y el centro de
la propia Somalia. La población ha perdido su ganado, que además es la
principal fuente de ingresos del país, pues supone un 40% del PIB nacional.
Solo en 2015, Somalia exportó 5,3 millones de cabezas de ganado a mercados de
Oriente Medio, según la Organización de las Naciones Unidas para la
Alimentación y la Agricultura (FAO). Esto explica por qué la sequía hace
peligrar no solo la vida rural de las personas afectadas, sino que también
dificulta la recuperación económica de un país ya de por sí obstaculizado por
una guerra civil y otros importantes desafíos de índole geopolítica,
socioeconómica y ecológica.
Las sequías son desastres
naturales que pueden ocurrir en cualquier lugar debido a cambios medioambientales[C1] ,
pero lo que hace que sea más letal en Somalia que en otros países es el
continuado conflicto que evita que la ayuda humanitaria llegue a los
necesitados o dificulta a los nómadas abandonar las zonas afectadas por la
sequía para ir a otros lugares en busca de ayuda y socorro. Todo esto obliga a
los somalíes a enfrentarse a uno de sus tradicionales temores: Col iyo Abaar
(«guerra y conflictos»). Los conflictos también eliminan la capacidad del país
para recuperarse y resistir ante futuras sequías.
Esto es lo que ha enfatizado
el nuevo Secretario General de las Naciones Unidas durante su reciente visita a
Somalia. «Hemos presenciado la combinación mortal entre conflictos, hambre y
enfermedades, causada por la permanente lucha de Somalia para poder derrotar a
Al Shabab, poner fin al terrorismo y crear condiciones para que se restablezca
la paz; pero la sequía ha tenido un impacto devastador en la economía y las
vidas de los somalíes. Y en estas trágicas circunstancias, con la rápida
propagación de la diarrea y el cólera, que causan la muerte y el sufrimiento de
la población, hay una gran necesidad de apoyo internacional», declaró António
Guterres.
No obstante, esta sequía
llega en un momento de gran esperanza entre el pueblo somalí debido a la
elección de un nuevo presidente a principios de febrero. El pueblo espera que
el presidente conduzca al país a una situación de paz y estabilidad y restaure
su posición de respeto a escala internacional. Se espera que, tras veinticinco
años de guerra y anarquía, los somalíes entrarán de nuevo en una era de Nabad
iyo Caano («paz y leche»). Desde entonces, el presidente ha declarado el estado
de desastre nacional y solicitado una respuesta urgente a la comunidad
internacional con el fin de evitar una tragedia humanitaria.
Sin embargo, mientras la
población de Somalia vive entre la esperanza y la desesperación en estos
tiempos difíciles, la comunidad internacional parece demasiado lenta para
actuar o, incluso, podría decirse que indiferente ante el sufrimiento que
padecen otras personas en Somalia.
Ya hemos presenciado cómo el
mundo miraba hacia otro lado durante anteriores crisis humanitarias en África.
Ocurrió en Etiopía durante la hambruna de 1983 y 1984, cuando el resto del
mundo fue demasiado lento para rescatar a un país entero asolado por la sequía
y la inanición hasta que las imágenes de la televisión conmocionaron al mundo.
De nuevo, no se proporcionó una respuesta rápida a la hambruna causada por el
conflicto en Somalia en 2010 y 2011 hasta que Recep Tayyip Erdoğan, primer
ministro turco en la época, y su mujer aterrizaron en Mogadiscio y se
convirtieron en los primeros líderes mundiales en visitar Somalia.
Sería injusto culpar a la
comunidad internacional por la hambruna que asola Somalia, puesto que la propia
hambruna, y no la sequía, es consecuencia del continuado conflicto entre los
combatientes extremistas de Al Shabab y[C2]
los sucesivos gobiernos somalíes que se refugian en Mogadiscio bajo la
protección de fuerzas africanas de mantenimiento de la paz. Pero no es propio
de la comunidad internacional ignorar el aprieto en que se encuentran los
nómadas y agricultores indefensos, especialmente teniendo en cuenta que los
países desarrollados, y la ONU en particular, disponen de sofisticados sistemas
de alerta temprana que identifican el riesgo de sequía y hambruna. Tienen la
responsabilidad moral de poner en marcha medidas preventivas y mitigadoras
antes de que se produzca el desastre.
La comunidad internacional
debería hacer algo más que esperar impasible a que los medios muestren en las
pantallas de televisión imágenes de mortalidad a gran escala, desplazamiento
masivo de la población y terrenos áridos cubiertos de cadáveres de animales y
niños esqueléticos para responder a semejante tragedia.
No ayudar a Somalia pone en
peligro la paz y la seguridad mundiales, pues los grupos extremistas como Al
Shabab, que ya tiene a la población como rehén, seguirán utilizando el
sufrimiento de la gente para su beneficio al atraer a los jóvenes desempleados
y desgraciados a sus filas, sobre todo teniendo en cuenta que las naciones
occidentales cierran las fronteras a los inmigrantes a causa de la creciente
islamofobia y la propagación del miedo.
Bashir Goth es un
comentarista africano de cuestiones políticas, sociales y culturales. Este
artículo apareció por primera vez en Gulf News.