Raúl Zibechi
www.jornada.unam.mx / 081217
Camaradas, fue la primera palabra que
pronunció Xi Jinping al inaugurar el XVIII Congreso del Partido Comunista Chino
(PCCh), el pasado 18 de octubre en Pekín.
A renglón seguido, llamó a los delegados a
enarbolar la gran bandera del socialismo con peculiaridades chinas, lograr el
triunfo definitivo en la culminación de la construcción integral de una
sociedad modestamente acomodada y conquistar la gran victoria de dicho
socialismo de la nueva época; y luchar incansablemente por materializar el
sueño chino de la gran revitalización de la nación china (goo.gl/EdqSJ2).
Su extensa alocución (44 páginas) fue
leída delante de grandes banderas rojas con un telón amarillo donde destacaba
la hoz y el martillo. Toda la simbología remite a los grandes eventos de los
países socialistas y de la propia China posterior a 1949.
El eje de su discurso giró en torno a dos
cuestiones: la revitalización de la nación china y el desarrollo económico para
la mejora de las condiciones de vida del pueblo chino. El discurso hace
hincapié en otros avances realizados por China en los años recientes: la
innovación y los logros científicos y tecnológicos, los notables avances en
comunicación cuántica y superordenadores que colocan al país a la vanguardia
del mundo sobrepasando a Estados Unidos.
La lista de avances de China, en todos los
terrenos, hace palidecer a los países occidentales y muestra la energía y vitalidad
que trasluce ese país. En la descripción de estos logros, el discurso de Xi
Jinping menciona permanentemente el marxismo, los valores socialistas, los
planes quinquenales, la labor de dirección del Partido y hasta los ideales
comunistas.
Sin embargo, luego de las experiencias
soviética en el periodo de Stalin y de los demás países que se proclamaron
socialistas, una pregunta flota en el aire. ¿Es suficiente proclamarse
socialista para que, efectivamente, se esté construyendo una sociedad de ese
tipo?
Para responderla, debemos considerar en
qué consiste el socialismo, cuáles son sus señas básicas de identidad,
referenciadas tanto en los análisis de los fundadores de la teoría socialista
como en la experiencia del pasado siglo.
Sobre esta base, la respuesta dice: el
socialismo es el poder de los trabajadores, los campesinos y los sectores
populares. Todo lo demás, el progreso económico y científico, el bienestar de
la población, el crecimiento de la economía, tiene poca importancia si no
existe este requisito previo. En todo el discurso de Xi Jinping y en toda la
producción de los órganos de prensa del Estado y el partido chinos, no hay la
menor mención a quién detenta el poder. Tampoco se explica qué se entiende por
socialismo con características chinas.
Quisiera hacer algunas consideraciones que pueden ser aplicadas no sólo a China,
sino al conjunto de procesos que se definen como socialistas.
La primera
consiste en la confusión reinante, en el campo de las izquierdas, entre el
socialismo y la mejora del nivel de vida de los sectores populares. Es evidente
que mejorar el nivel de vida debe ser un objetivo de cualquier gobierno, pero
eso no alanza para decir que estamos ante un proceso socialista.
Sucede que en las últimas décadas el
modelo neoliberal ha hecho retroceder décadas de progreso económico de los
sectores populares, cuyo nivel de vida mejoró notablemente durante los años de
desarrollo industrial. Estamos en la fase de extrema concentración de la
riqueza en el 1% a costa del 99%. Pero que esa tendencia se frene o aún se
revierta, no permite aventurar que se está abandonando el capitalismo.
La segunda
estriba en la centralidad otorgada al crecimiento o de la economía, y de otras
cuestiones que tienen sentidos similares, como las llamadas conquistas
científicas y técnicas.
Durante décadas la URSS sostuvo que una
muestra del triunfo del socialismo era la ventaja económica sobre los países
capitalistas. El economicismo, que de eso se trata esta visión del mundo, juega
en contra de quienes apostamos por salir del capitalismo. Por el contrario, el
precio del anticapitalismo consiste en un descenso del consumo de las
poblaciones, y aún del nivel de vida. Las comunidades zapatistas están mucho
más cerca del socialismo que China, por poner un ejemplo.
El PCCh sostiene que la principal
contradicción en China, es la que hay entre la creciente demanda del pueblo de
una vida mejor y el desarrollo desequilibrado e insuficiente. Esa contradicción
no se resuelve mediante el conflicto social, sino produciendo más mercancías
para el consumo.
La tercera
consiste en la confusión entre la soberanía como nación y la
liberación/emancipación de los pueblos. La primera se relaciona con un Estado
fuerte y la segunda con las clases, etnias, razas, géneros y generaciones.
China sufrió dos invasiones en el siglo
XIX (dos guerras del opio) y la invasión japonesa en el siglo XX, que dejaron
un país destruido y humillado, y a su pueblo diezmado, víctima de epidemias y
hambrunas. El Estado chino debe defender al pueblo chino y evitar que retorne
el pasado colonial e imperial. Pero esto no tiene nada, absolutamente nada, que
ver con el socialismo.
Es evidente que el centro del mundo se
está trasladando de Occidente a Oriente, del océano Atlántico al Pacífico, de
Estados Unidos/Europa a China/Asia. Esa transición hegemónica es una ventana
que se abre a los pueblos, por la que pueden luchar por su emancipación como
oprimidos y oprimidas. Pero esta transición no va de la mano de la
emancipación, es apenas una oportunidad. En este recodo de la historia, esta
confusión entre soberanía nacional y emancipación, puede hacer mucho daño a la
segunda. De ahí la necesidad de establecer diferencias.
En el siglo XX, durante el largo proceso
de liberación de las naciones oprimidas de Asia y África, se suponía que la
expulsión de los colonizadores era sinónimo de liberación de los pueblos. La
experiencia dice otra cosa, incluso en Vietnam y en Argelia, donde esa lucha
alcanzó niveles notables.