Por: Guillermo Castro H.
La misión de la Ciudad consiste en promover la innovación
para el cambio social. Comprender esta misión significa entender lo que hace la
Ciudad. Para lograrlo, es necesario ubicar esa misión en el tiempo y en el
espacio en que debe ser cumplida.
Así, el tiempo de la misión es el de
una doble transición. Por un lado, la de un sistema mundial en el cual el viejo
mercado internacional se transforma en otro, que llamamos global. Por otro, la
que atraviesa nuestro país, que ve acelerarse y globalizarse a un tiempo el
crecimiento de su economía, sin conseguir que su prosperidad se traduzca en
mayor equidad, lo cual genera tenaces resistencias políticas, sociales y
culturales al cambio.
El espacio de la misión expresa esa doble transición. La Ciudad, en efecto,
hace parte de la plataforma de servicios globales que ha ido tomando forma en
Panamá a lo largo del siglo XXI. Esa plataforma vincula entre sí diversas
estructuras creadas a lo largo de 175 años para facilitar la circulación de
bienes, personas y capitales por Panamá, desde el ferrocarril interoceánico y
el Canal, hasta la Autoridad que hoy lo administra, la zona Logística de Panamá
Pacífico y el Centro de Empresas Multinacionales, por mencionar algunos
ejemplos.
Ese espacio y ese tiempo, en su doble
dimensión global y local, constituyen el entorno operativo en que debe
ser cumplida la misión. Aun cuando todos los componentes de ese entorno se
encuentran además en un constante proceso de innovación y transformación, a
veces no percibimos con claridad las formas en que ese proceso incluye y afecta
las sociedades en que la innovación lugar. Las afecta para mal, por ejemplo, si
destruye puestos de trabajo y excluye a grupos sociales completos de los
beneficios del progreso. O las afecta para bien, si contribuye a crear formas
nuevas de organización, que amplíen la participación de todos los sectores
sociales en esos beneficios.
Así, sectores empresariales y
profesionales bien organizados del interior del país han venido organizando
innovadores Centros de Competitividad en el Occidente, Azuero, Coclé y Colón,
que mejoran el manejo de sus recursos, su acceso al mercado global y su
participación en el debate sobre la estrategia de desarrollo que el país
necesita. Por otra parte, la innovación social permite crear nuevas
oportunidades para grupos sociales tradicionalmente marginados, como los
campesinos.
En Panamá, por ejemplo, se dispone de
importantes innovaciones para el aprovechamiento sostenible de los manglares de
los que depende la existencia de muchas comunidades rurales. Esas innovaciones
incluyen desde hornos para producir carbón que aprovechan mucho mejor el calor
y contaminan mucho menos, hasta especies de mangle con flores que permiten la
producción de miel.
Aprovechar esas innovaciones para el
bien común, sin embargo, demanda formas de organización que permiten
desarrollar una cultura y una organización productiva igualmente innovadoras.
Por eso, la Ciudad contribuyó a crear la red Panamanglar, en cuyo marco el
Programa de Pequeñas Donaciones del Fondo Mundial del Ambiente apoyó la
creación de la organización comunitaria Defensores Unidos del Manglar de
Sajalices. Los campesinos así organizados producen hoy carbón de mangle con
bajo impacto ambiental y miel de manglar de alta calidad; seleccionan mejor los
troncos que cosechan para producir carbón; reforestan el bosque que antes
devastaban, y comercializan sus productos de una manera mucho más favorable
para ellos.
La verdad es que el cambio social y la
innovación se requieren y se potencian mutuamente. Comprender el vínculo entre
la promoción de la innovación y su entorno operativo permite entender mejor el
poder de la innovación – tecnológica, cultural, social – para acercarnos a una
sociedad en que la prosperidad sea inclusiva y, por eso, realmente humana y
sostenible.