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El Pecado: Concepción y Desarrollo en la Tradición Teología Cristiana Católica como Protestante

 


Por: Rev. Pbro. Manning Maxie Suárez +

Docente Universitario
Email: manningsuarez@gmail.com
Orcid: orcid.org/0000-0003-2740-5748
Google Académico: https://scholar.google.es/citations?hl=es&pli=1&user=uDe1ZEsAAAAJ

Resumen

El presente ensayo explora la concepción y el desarrollo del pecado en ambas tradiciones teológicas cristianas, tanto católica como protestante. Se analizarán las perspectivas bíblicas fundamentales, la influencia de los Padres de la Iglesia y los documentos conciliares en la teología católica, contrastándolos con las interpretaciones reformadas y las doctrinas distintivas del protestantismo. Se examinará la noción de pecado original, la clasificación de los pecados, la relación entre pecado y gracia, y las implicaciones para la vida del creyente en ambas tradiciones. La metodología empleada será un análisis comparativo de fuentes primarias y secundarias relevantes. El objetivo general es comprender las similitudes y diferencias en la doctrina del pecado entre el catolicismo y el protestantismo, ofreciendo conclusiones prácticas para la vida diaria.

Palabras Claves: Pecado, Teología Católica, Teología Protestante, Pecado Original, Gracia, Justificación, Biblia, Padres de la Iglesia, Concilios.

Abstract

This essay explores the conception and development of sin in Catholic and Protestant theological traditions. It will analyze fundamental biblical perspectives, the influence of the Church Fathers and conciliar documents in Catholic theology, contrasting them with Reformed interpretations and the distinctive doctrines of Protestantism. The essay will examine the notion of original sin, the classification of sins, the relationship between sin and grace, and the implications for the life of the believer in both traditions. The methodology used will be a comparative analysis of relevant primary and secondary sources. The general objective is to understand the similarities and differences in the doctrine of sin between Catholicism and Protestantism, offering practical conclusions for daily life.

Keywords: Sin, Catholic Theology, Protestant Theology, Original Sin, Grace, Justification, Bible, Church Fathers, Councils.

Metodología

Este ensayo se desarrollará mediante un análisis comparativo de las principales fuentes teológicas del catolicismo y el protestantismo. Se examinarán pasajes bíblicos clave interpretados por ambas tradiciones, así como documentos patrísticos y conciliares relevantes para la teología católica, y los escritos de los reformadores y confesiones de fe para la teología protestante. Se recurrirá a literatura secundaria especializada para contextualizar y profundizar en las distintas perspectivas. La metodología se centrará en identificar los puntos de convergencia y divergencia en la comprensión del pecado, su origen, naturaleza y consecuencias en ambas tradiciones.

Objetivo General:

Analizar comparativamente la concepción y el desarrollo de la doctrina del pecado en la teología católica y protestante.

Objetivos Específicos:

1.    Identificar las bases bíblicas fundamentales sobre el pecado en ambas tradiciones teológicas.

2.    Examinar la influencia de los Padres de la Iglesia y los documentos conciliares en la formación de la doctrina católica del pecado.

3.    Analizar las interpretaciones reformadas del pecado, incluyendo la doctrina del pecado original y la depravación total.

4.    Comparar las perspectivas católica y protestante sobre la clasificación de los pecados (pecados veniales y mortales vs. una visión más holística del pecado).

5.    Contrastar la relación entre pecado, gracia y justificación en ambas tradiciones teológicas.

6.    Determinar las implicaciones prácticas de las diferentes concepciones del pecado para la vida ética y espiritual de los creyentes.

7.    Sintetizar las principales similitudes y diferencias entre la teología católica y protestante con respecto al pecado.

Contenido

La comprensión del pecado es fundamental en ambas tradiciones cristianas, aunque existen diferencias significativas en su concepción y desarrollo. La Biblia, tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento, presenta el pecado como una “transgresión” contra la voluntad de Dios y una ruptura de la relación entre Dios y la humanidad.

En el Antiguo Testamento, términos como "hatta't" (errar el blanco), La imagen que evoca este término es la de un arquero que dispara una flecha y no alcanza la diana prevista.  Si bien la idea principal es la de no alcanzar un estándar o meta, el término puede aplicarse tanto a errores involuntarios como a desviaciones deliberadas.

No siempre implica una rebelión consciente, sino más bien un fallo en cumplir con las expectativas o la voluntad de Dios. y "pesha" (rebelión) describen diferentes aspectos del pecado. Tiene una connotación más fuerte y se traduce comúnmente como "transgresión," "rebelión," "revuelta," o "crimen".

Su etimología sugiere una acción deliberada de romper una relación de pacto o una ley establecida. (Brown, F., Driver, S. R., & Briggs, C. A. (2000).  Cf. (Harris, R. L., Archer, G. L., & Waltke, B. K. (2011)1

Por otro lado "Pesha", implica un acto de "extensión" o "rompimiento" de los límites establecidos. Es una violación de la confianza y la autoridad, a menudo con un elemento de desafío o desafío a la voluntad divina.

El Nuevo Testamento utiliza principalmente el término griego "hamartia," que también significa fallar el blanco, "hamartia" (ἁμαρτία) se deriva del verbo "hamartanein" (ἁμαρτάνειν), que significa fundamentalmente "errar el blanco," "fallar," "no alcanzar," o "equivocarse."

Esta es la imagen principal que subyace al concepto de pecado en el Nuevo Testamento. "Hamartia" implica no cumplir con un estándar, una meta o un propósito. En el contexto teológico, este estándar es la perfección y la voluntad de Dios. El pecado, entonces, se ve como una desviación de este ideal divino. 

"Parabasis" (transgresión) se forma a partir de las palabras "para" (παρά), que significa "al lado de" o "contra," y "basis" (βάσις), que significa "pie" o "fundamento." Juntas, forman la idea de "pasar al lado de," "ir más allá," o "transgredir" un límite establecido.

Se refiere específicamente a la violación de una ley o un mandamiento. Implica cruzar una línea definida por Dios.  Sugiere una conciencia de la ley que se está transgrediendo. En algunos contextos del Nuevo Testamento, se relaciona con la transgresión de la ley mosaica.

También "Anomia" que significa iniquidad, (ἀνομία) se compone del prefijo privativo "a-" (ἀ-), que indica negación o ausencia, y "nomos" (νόμος), que significa "ley." Por lo tanto, "anomia" literalmente significa "sin ley" o "falta de ley."

En el contexto del Nuevo Testamento, "anomia" no solo se refiere a la ausencia de ley, sino también al desprecio, la violación y la rebelión contra la ley de Dios. Implica una actitud de rechazo a la autoridad divina y a sus normas.

"Anomia" a menudo se traduce como "iniquidad" o "maldad" debido a su fuerte connotación de injusticia y oposición a lo que es recto y bueno según Dios. (Friberg, B., Friberg, T., & Miller, N. F. (2000). 2 Ambas tradiciones reconocen estos pasajes como fundacionales para su comprensión del pecado.

En la teología católica, el desarrollo de la doctrina del pecado fue significativamente influenciado por los Padres de la Iglesia, especialmente San Agustín. Agustín enfatizó la realidad del pecado original, transmitido a toda la humanidad como consecuencia de la desobediencia de Adán y Eva (Agustín de Hipona. (s.f.). *Confesiones*).3

Agustín de Hipona desempeñó un papel crucial en el desarrollo de la doctrina del pecado original en la teología cristiana occidental. Si bien la idea de una herencia de pecado ya estaba presente en la tradición cristiana anterior, Agustín fue quien la articuló de manera más sistemática y la integró profundamente en su comprensión de la gracia y la necesidad de la redención.

En sus Confesiones, aunque no se dedica exclusivamente a una exposición formal del pecado original como lo haría en obras posteriores como La Ciudad de Dios o sus escritos antipelagianos, se pueden encontrar elementos que revelan su comprensión de esta realidad:

Podemos observar que a lo largo de las “Confesiones”, Agustín describe su propia lucha contra el pecado desde una edad temprana. Relata sus deseos desordenados, sus robos infantiles (aunque de poca importancia material), y su búsqueda de placeres mundanos.

Esta experiencia personal lo llevó a reconocer la inclinación universal hacia el mal en la naturaleza humana. Para Agustín, esta propensión no era simplemente una serie de actos individuales aislados, sino que parecía estar arraigada en algo más profundo.

Aunque no se detalla extensamente en las Confesiones, la base de la doctrina agustiniana del pecado original radica en su interpretación de la caída de Adán y Eva en el Jardín del Edén (Génesis 3). Agustín entendía que la desobediencia de la primera pareja no fue un simple acto individual, sino que tuvo consecuencias trascendentales para toda su descendencia.

Él argumentaba que el pecado original se transmite de generación en generación a través de la concupiscencia (latín: concupiscentia), que él entendía como el deseo desordenado, particularmente en el ámbito sexual. Esta idea fue controversial, pero para Agustín explicaba la universalidad del pecado y la necesidad del bautismo para la remisión de esta culpa heredada.

También sostenía que el pecado original había debilitado la voluntad humana, haciéndola incapaz de elegir el bien de manera consistente sin la gracia divina.

En sus Confesiones, describe su propia lucha por superar la tentación y su dependencia de la ayuda de Dios para la conversión. Esta experiencia personal influyó en su visión de la voluntad humana herida por el pecado.

La profunda conciencia de la universalidad del pecado y la debilidad de la voluntad humana llevó a Agustín a enfatizar la necesidad absoluta de la gracia de Dios para la salvación. En sus Confesiones, narra su propia conversión como un acto de la gracia divina, destacando la iniciativa de Dios en su transformación.

Esta doctrina se consolidó en varios concilios, como el Concilio de Cartago (418 d.C.) Este concilio local del norte de África fue crucial en la condena del pelagianismo, una herejía que negaba la transmisión del pecado original y la necesidad de la gracia divina para la salvación.

Pelagio y sus seguidores sostenían que Adán solo se dañó a sí mismo por su pecado, y que cada persona nace en el mismo estado de inocencia en el que Adán fue creado.

El Concilio de Cartago respondió con una serie de cánones que afirmaban la doctrina del pecado original:

Canon 1: Condenó la idea de que Adán y Eva fueron creados mortales y que su pecado solo los dañó a ellos mismos y no a su descendencia. Este canon afirmó que el pecado de Adán se transmitió a toda la raza humana.

Canon 2: Rechazó la noción de que los niños recién nacidos no necesitan ser bautizados para la remisión de los pecados, sino que solo son bautizados para entrar en el Reino de los Cielos. El concilio afirmó que el bautismo es necesario para limpiar el pecado original que se transmite al nacer.

Canon 3: Condenó la creencia de que la gracia de Cristo solo ayuda a no pecar en el futuro, pero no remite los pecados pasados. El concilio enseñó que la gracia es necesaria para el perdón de todos los pecados, incluyendo el pecado original.

Canon 4: Rechazó la idea de que la gracia nos ayuda a cumplir los mandamientos más fácilmente, como si fuera posible cumplirlos sin la gracia. El concilio afirmó la necesidad de la gracia divina para cualquier acto de fe y para vivir una vida justa.

Canon 5: Condenó la creencia de que la gracia se otorga según nuestros méritos, afirmando que la gracia es un don gratuito de Dios.

Canon 6: Rechazó la idea de que un santo puede alcanzar una perfección tal que ya no peque. El concilio afirmó que todos los justos pecan al menos venialmente.

Canon 7: Condenó la idea de que las palabras del Padre Nuestro ("Perdónanos nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden") no son dichas por los santos en un sentido verdadero, sino solo por los pecadores. El concilio afirmó que incluso los justos necesitan el perdón de sus pecados.

Canon 8: Condenó la afirmación de que los santos piden el perdón de sus pecados por humildad, no porque sean realmente pecadores. El concilio enseñó que los santos reconocen sinceramente sus pecados.

Estos cánones del Concilio de Cartago, influenciados fuertemente por la teología de San Agustín, marcaron un hito importante en la definición y consolidación de la doctrina del pecado original en la Iglesia occidental.

El Concilio de Trento, y durante la Reforma Protestante, la doctrina del pecado original fue nuevamente objeto de debate. El Concilio de Trento, en su Quinta Sesión dedicada al pecado original, reafirmó la enseñanza católica tradicional en respuesta a las objeciones de los reformadores:

Decreto sobre el Pecado Original: Este decreto confirmó la realidad del pecado original tal como fue transmitido por Adán y Eva a toda su posteridad, no por imitación sino por propagación.

Pérdida de la Santidad y la Justicia: El concilio enseñó que Adán, por su pecado, perdió la santidad y la justicia en las que había sido constituido, incurriendo en la ira y la indignación de Dios, y trayendo sobre sí mismo la muerte, así como la esclavitud bajo el poder del diablo.

Transmisión a Toda la Humanidad: El decreto afirmó que este pecado de Adán se transmite a todos los hombres por generación, no por imitación, y que reside inherentemente en cada uno.

Remisión por el Bautismo: El Concilio de Trento declaró que el pecado original se remite por el sacramento del bautismo, el cual confiere la gracia de Cristo. Aunque la concupiscencia (la inclinación al pecado) permanece después del bautismo, el concilio declaró que no es pecado en el sentido propio de la palabra para aquellos que no consienten en ella y no se entregan a ella voluntariamente.

Condena de las Doctrinas Protestantes: El concilio anatemizó (condenó) a aquellos que negaban la transmisión del pecado original o que afirmaban que se borra por las propias fuerzas humanas, sin la necesidad del bautismo.

El Concilio de Trento, por lo tanto, reafirmó y clarificó la doctrina católica del pecado original en un contexto de controversia teológica, estableciendo firmemente su lugar en la tradición de la Iglesia. (Concilium Tridentinum. (1546).4.

Por otro lado, el Catecismo de la Iglesia Católica define el pecado como "una ofensa a Dios" y "una falta contra la razón, la verdad y la conciencia recta".

En su edición del 1992, ofrece una síntesis autorizada de la doctrina católica, incluyendo la enseñanza sobre el pecado. Define el pecado en general como:

"Una ofensa a Dios: «Contra ti, contra ti sólo pequé, cometí la maldad que aborreces» (Sal 51,6). El pecado se levanta contra el amor que Dios nos tiene y aparta de Él nuestros corazones. Como el primer pecado, es una desobediencia, una revuelta contra Dios por la voluntad de hacerse «como dioses», conociendo y determinando el bien y el mal (cf. Gn 3,5). El pecado es así «amor de sí mismo hasta el desprecio de Dios» (San Agustín, Civitas Dei, 14, 28)." (CEC, 1850)

Y profundiza diciendo que es:

"Una falta contra la razón, la verdad y la conciencia recta; es faltar al amor verdadero para con Dios y para con el prójimo, a causa de un apego perverso a ciertos bienes. Hiere la naturaleza del hombre y atenta contra la solidaridad humana. Ha sido definido como «una palabra, un acto o un deseo contrarios a la ley eterna» (San Agustín, Contra Faustum manichaeum, 22, 27; Santo Tomás de Aquino, Summa theologiae, 1-2, q. 71, a. 6)." (CEC, 1849)

Esta definición subraya varios aspectos clave del pecado en la teología católica:

Ofensa a Dios: El pecado no es simplemente una falta moral abstracta, sino que daña la relación personal con Dios, quien nos ama.

Falta contra la Razón, la Verdad y la Conciencia: El pecado es contrario a la ley natural inscrita en el corazón del hombre, a la verdad revelada por Dios y al juicio de la conciencia recta.

Falta de Amor: El pecado revela una falta de amor genuino hacia Dios y hacia el prójimo, motivado por un apego desordenado a bienes creados.

Herida a la Naturaleza Humana: El pecado tiene un efecto dañino en la persona que peca, oscureciendo su entendimiento, debilitando su voluntad y desordenando sus pasiones.

Atentado contra la Solidaridad Humana: El pecado no es un acto puramente individual, sino que también tiene repercusiones en la comunidad humana, dañando las relaciones y obstaculizando el bien común.

Contrario a la Ley Eterna: El pecado se opone al plan de Dios para la creación y para la vida humana, tal como se expresa en su ley eterna. (Catecismo de la Iglesia Católica (1992).5

Por otro lado, la teología protestante, particularmente en la tradición reformada influenciada por Juan Calvino y Martín Lutero, también sostiene la doctrina del pecado original, aunque con un énfasis diferente en sus consecuencias.

La depravación total, un concepto clave en la teología reformada, sostiene que el pecado ha afectado todas las áreas de la vida humana, haciendo a los individuos incapaces de buscar a Dios o hacer el bien por sí mismos (Calvino, J. (2009).6

Si bien reconocen la ofensa contra Dios, el énfasis en la teología protestante a menudo se centra en la incapacidad humana y la necesidad de la gracia divina para la salvación.

Las ramas luterana y reformada, pone un fuerte énfasis en las consecuencias radicales del pecado original. Si bien reconocen que el pecado es una ofensa contra Dios, su antropología teológica subraya la profundidad de la caída y su impacto en la capacidad humana. Esta perspectiva se articula a través de varias doctrinas fundamentales

La Depravación Total: Una doctrina central en muchas ramas del protestantismo es esta. Esto no significa que cada persona sea tan malvada como posiblemente podría ser, sino que el pecado ha afectado todas las partes del ser humano: la mente, la voluntad, las emociones y el cuerpo.

Como resultado de la caída, los seres humanos nacen con una inclinación hacia el pecado y son inherentemente incapaces de buscar a Dios o de hacer lo que es espiritualmente bueno por sus propias fuerzas. Esta incapacidad es vista como universal y abarca a toda la humanidad después de la caída de Adán y Eva (Cf, Calvino, 2009).

La Incapacidad de Elegir el Bien Espiritual: La teología protestante sostiene que, debido a la depravación total, la voluntad humana está esclavizada al pecado. Los individuos son libres en el sentido de poder tomar decisiones en asuntos cotidianos, pero son incapaces de liberarse del dominio del pecado o de elegir genuinamente a Dios y su justicia por sí mismos.

Cualquier "bien" que los humanos no regenerados puedan hacer está inherentemente contaminado por el egoísmo y no cumple con los estándares de la santidad divina.

Sola Gratia (Solo por Gracia): Dada esta perspectiva de la incapacidad humana, la salvación en la teología protestante se concibe como un acto completamente gratuito de la gracia de Dios.

La salvación no puede ser ganada ni merecida por los esfuerzos humanos, las buenas obras o el cumplimiento de la ley. Es un don inmerecido que Dios otorga a quienes elige. La gracia es la causa eficiente de la salvación, y la iniciativa siempre proviene de Dios, no del ser humano.

Sola Fide (Solo por Fe): La gracia de Dios se recibe a través de la fe solamente. La fe, en este contexto, no se entiende simplemente como una creencia intelectual, sino como una confianza viva y activa en Jesucristo y su obra redentora.

La justificación (ser declarado justo ante Dios) se produce por la fe, sin la necesidad de obras de la ley o sacramentos. La fe es el instrumento por el cual los méritos de Cristo son imputados al creyente, cubriendo su pecado y otorgándole una posición justa ante Dios (Lutero, 2015).9

El Énfasis en la Soberanía de Dios: La visión protestante de la salvación está estrechamente ligada a la doctrina de la soberanía de Dios. Dios es visto como el autor último de la salvación, quien elige a individuos para la gracia y los regenera por su Espíritu Santo, permitiéndoles creer y responder a su llamado.

Tanto el catolicismo como el protestantismo consideran el pecado como una ofensa a Dios, la teología protestante, particularmente la reformada, enfatiza la profundidad de la herida del pecado en la naturaleza humana hasta el punto de la incapacidad espiritual.

Esta visión lleva a una dependencia radical de la gracia divina como la única fuente de salvación, la cual se recibe únicamente a través de la fe en Jesucristo. La iniciativa para la reconciliación siempre radica en Dios, y la salvación es vista como un don completamente inmerecido.

CLASIFICACIÓN DE LOS PECADOS

En cuanto a la clasificación de los pecados, la tradición católica distingue entre pecados veniales, que debilitan la relación con Dios, y pecados mortales, que la rompen completamente (Tomás de Aquino. (s.f.). *Suma Teológica*).7 Esta distinción implica diferentes niveles de gravedad y requiere diferentes formas de reconciliación.

La tradición católica distingue entre pecados veniales y mortales según la gravedad de la ofensa contra Dios y la relación del alma con Él.

Los Pecados Veniales:

Son aquellos que debilitan, pero no rompen la relación de amistad con Dios. Aunque no privan de la gracia santificante, sí ofenden a Dios y dañan el alma, predisponiendo al pecado mortal. Algunos ejemplos comunes de pecados veniales incluyen:

Mentiras piadosas: Afirmaciones falsas sobre asuntos de poca importancia.

Robos menores: Quitar objetos de poco valor o causar daños leves a la propiedad ajena.

Chismes: Hablar innecesariamente de los defectos de otros sin intención grave de dañar su reputación.

Impaciencia: Irritabilidad o enfado leve ante contrariedades.

Vanidad: Complacencia excesiva en la propia apariencia o habilidades.

Desobediencia en materias leves: Incumplimiento de normas o mandatos de menor importancia.

Exceso en la comida o bebida (sin llegar a la glotonería o embriaguez): Disfrutar de los placeres de la mesa con moderación excesiva, pero sin llegar a un extremo grave.

Pensamientos o deseos impuros que no se consienten plenamente.

Es importante recordar que la acumulación de pecados veniales puede debilitar la voluntad y facilitar la comisión de pecados mortales. Por esta razón, la Iglesia Católica anima a los fieles a confesarse regularmente, incluso de los pecados veniales, para recibir la gracia y la fortaleza necesarias para evitarlos.

Los Pecados Mortales:

Son aquellos que destruyen la caridad en el corazón del hombre por una infracción grave de la ley de Dios; apartan al hombre de Dios, que es su fin último y su bienaventuranza, prefiriendo un bien inferior. Para que un pecado sea mortal, se requieren tres condiciones simultáneamente:

Materia grave: El acto cometido debe ser gravemente contrario a los mandamientos de Dios y a la ley moral. Los Diez Mandamientos especifican algunas materias graves, como el asesinato, el adulterio, el robo grave, la blasfemia, etc.

Pleno conocimiento: La persona debe ser plenamente consciente de que el acto que está cometiendo es pecado grave.

Pleno consentimiento: La persona debe realizar el acto con plena libertad y voluntad deliberada.

Algunos ejemplos de pecados mortales incluyen:

Asesinato: Quitar intencionalmente la vida a un ser humano inocente.

Adulterio: Mantener relaciones sexuales fuera del matrimonio.

Robo grave: Apoderarse de bienes ajenos de valor considerable.

Calumnia grave: Atribuir falsamente a otro un pecado o defecto grave, dañando seriamente su reputación.

Apostasía: Rechazo total de la fe cristiana.

Herejía: Negación pertinaz, después de haber recibido el bautismo, de alguna verdad que ha de creerse con fe divina y católica.

Cisma: Rechazo de la sujeción al Romano Pontífice o de la comunión con los miembros de la Iglesia a él sujetos.

Odio grave: Desear un mal grave a otra persona.

Perjurio: Jurar en falso bajo juramento.

Actos sexuales consentidos fuera del matrimonio (fornicación, masturbación deliberada, actos homosexuales).

No cumplir con la obligación de asistir a la Misa los domingos y fiestas de guardar sin causa grave.

Recibir la Sagrada Comunión en pecado mortal sin haberse confesado previamente.

El pecado mortal, si no es perdonado mediante el sacramento de la Penitencia o el acto de contrición perfecta, causa la exclusión del reino de los cielos y la pena eterna del infierno.

Es importante buscar guía espiritual y profundizar en el conocimiento de la doctrina católica para discernir la gravedad de los propios actos y vivir una vida de gracia en amistad con Dios.

En contraste, muchas tradiciones protestantes tienden a ver todo pecado como igualmente ofensivo a Dios, aunque reconocen diferencias en sus manifestaciones y consecuencias terrenales.

La Biblia no siempre presenta una distinción tan clara entre tipos de pecados, lo que lleva a esta diferencia de interpretación.

La relación entre pecado y gracia es otro punto de contraste. En la teología católica, la gracia es vista como una ayuda divina necesaria para superar el pecado y vivir una vida virtuosa.

La justificación se entiende como un proceso en el que la gracia transforma al pecador, permitiéndole realizar obras meritorias (Concilium Tridentinum. (1547).8  

El Pecado desde la Perspectiva de Dante Alighieri.

Desde la perspectiva de Dante Alighieri en su obra maestra, La Divina Comedia, el pecado es una fuerza que desordena el alma y la aleja de Dios, que es la fuente de todo bien.

Dante estructura su visión del pecado de manera jerárquica, reflejando la gravedad de las diferentes transgresiones a través de los tres reinos del más allá que visita: el Infierno, el Purgatorio y el Paraíso.

En el Infierno, Dante describe una estructura cónica dividida en nueve círculos que descienden progresivamente en gravedad del pecado. Los pecados son castigados con suplicios eternos que son un reflejo simbólico de la naturaleza del pecado cometido en vida (contrapasso). 

Generalmente, Dante clasifica los pecados en tres grandes categorías, influenciado por la ética aristotélica y la teología cristiana:

Pecados de incontinencia: Son aquellos en los que la voluntad no logra controlar los apetitos y las pasiones. Incluyen la lujuria, la gula, la avaricia y la prodigalidad, y la ira y la pereza (vista aquí como falta de ánimo o tristeza). Estos se encuentran en los círculos superiores del Infierno, considerados menos graves que los siguientes.

Pecados de violencia: Involucran el uso de la fuerza contra el prójimo, contra uno mismo o contra Dios. Aquí se encuentran los homicidas, los suicidas, los blasfemos y los sodomitas, ubicados en los círculos medios del Infierno.

Pecados de fraude o engaño: Son los más graves para Dante, ya que implican la corrupción de la razón y la traición de la confianza. Estos se encuentran en los círculos inferiores del Infierno, siendo el noveno círculo reservado para los traidores, como Judas, Bruto y Casio. Dentro del fraude, Dante distingue entre el fraude contra aquellos que no tienen un vínculo especial de confianza y el fraude contra aquellos que sí lo tienen.

En el Purgatorio, la visión del pecado es diferente. Ya no se trata de un castigo eterno, sino de una purificación gradual. La montaña del Purgatorio está dividida en siete terrazas, cada una dedicada a la expiación de uno de los siete pecados capitales (soberbia, envidia, ira, pereza, avaricia y prodigalidad, gula y lujuria).

Las almas que se encuentran aquí sufren, pero con la esperanza de ascender al Paraíso una vez que hayan sido purificadas de sus pecados. El énfasis en el Purgatorio está en la penitencia, la confesión y el crecimiento espiritual.

En el Paraíso, no hay pecado. Dante describe una ascensión a través de nueve esferas celestiales, cada una habitada por almas bienaventuradas que se distinguieron por diferentes virtudes en la Tierra.

La visión aquí se centra en la contemplación de Dios y la comprensión de la perfección divina. Las almas han superado completamente el pecado y disfrutan de la bienaventuranza eterna.

En resumen, para Dante, el pecado es una desviación del camino hacia Dios, con diferentes grados de gravedad que conllevan diferentes consecuencias en el más allá.

Su obra ofrece una poderosa alegoría moral sobre la naturaleza del bien y del mal, las consecuencias de las elecciones humanas y el camino hacia la redención.

EN LA TEOLOGÍA PROTESTANTE, particularmente en la tradición luterana y calvinista, la justificación es por gracia a través de la fe solamente ("sola gratia" y "sola fide").

El pecado permanece en el creyente incluso después de la justificación, y la gracia de Dios es la que perdona los pecados, sin que las obras humanas contribuyan a la justificación ante Dios (Lutero, M. (2015).9

Las implicaciones para la vida diaria son significativas. Para los católicos, la conciencia del pecado mortal lleva a la necesidad del sacramento de la Penitencia o Confesión para la reconciliación con Dios y la Iglesia. La vida cristiana implica un esfuerzo continuo, con la ayuda de la gracia, para evitar el pecado y crecer en virtud.

Para los protestantes, la conciencia de la depravación total enfatiza la dependencia constante de la gracia de Dios y el perdón a través de la fe en Cristo. Si bien las buenas obras son importantes como fruto de la fe, no son consideradas meritorias para la salvación.

Tanto el catolicismo como el protestantismo comparten una base bíblica común en su comprensión del pecado, han desarrollado tradiciones teológicas distintas.

La teología católica, con su énfasis en la tradición, los Padres de la Iglesia y los concilios, ofrece una comprensión jerarquizada del pecado y un papel activo de la gracia en la transformación del creyente.

La teología protestante, con su énfasis en la autoridad exclusiva de la Escritura y la justificación por la fe, presenta una visión más radical de la incapacidad humana debido al pecado y una dependencia total de la gracia divina.

Conclusiones y Reconsideraciones.

La reflexión sobre la doctrina del pecado en las tradiciones católica y protestante ofrece valiosas perspectivas para la vida diaria.

Reconocimiento de la realidad del pecado: Ambas tradiciones coinciden en que el pecado es una realidad inherente a la condición humana y una ofensa contra Dios. Esta conciencia puede fomentar la humildad y la necesidad de buscar la reconciliación y el perdón en nuestras vidas diarias.

Importancia de la gracia: Tanto católicos como protestantes reconocen la importancia fundamental de la gracia de Dios para superar el poder del pecado. Esta comprensión puede inspirar esperanza y confianza en la ayuda divina en momentos de lucha y tentación.

Responsabilidad personal: A pesar de las diferencias en la concepción del libre albedrío y la depravación, ambas tradiciones enfatizan la responsabilidad personal ante Dios por nuestras acciones y omisiones. Esto nos llama a la autoevaluación constante y al esfuerzo por vivir de acuerdo con los principios éticos y espirituales de nuestra fe. (Niebuhr, R. (2010).10

Necesidad de comunidad: La comprensión del pecado también resalta la necesidad de la comunidad de fe. Tanto en la confesión sacramental católica como en el apoyo mutuo y la rendición de cuentas en las comunidades protestantes, la vida cristiana se vive en relación con otros, buscando juntos el crecimiento espiritual y la superación del pecado.

Enfoque en la transformación: Finalmente, ambas tradiciones buscan la transformación del individuo a través de la gracia divina y el esfuerzo personal. Ya sea a través de la participación en los sacramentos y la práctica de las virtudes en el catolicismo, o mediante la búsqueda de la santificación como fruto de la justificación en el protestantismo, el objetivo es una vida que refleje el amor de Dios y el fruto del Espíritu Santo. (Tillich, P. (1957),11

Referencias Bibliográficas

1.  Brown, F., Driver, S. R., & Briggs, C. A. (2000). *The Brown-Driver-Briggs Hebrew and English lexicon: with an appendix containing the biblical Aramaic*. Hendrickson Publishers. Cf. Harris, R. L., Archer, G. L., & Waltke, B. K. (2011). Theological Wordbook of the Old Testament. Moody Publishers.

2.  Friberg, B., Friberg, T., & Miller, N. F. (2000). *The Complete Biblical Library: Greek-English dictionary of the New Testament* (Vol. 3). World Library Press.

3.  Agustín de Hipona. (s.f.). *Confesiones*. (Consultado en [https://enciclopediapatristica.com/](https://enciclopediapatristica.com/)).

4.  Concilium Tridentinum. (1546). *Decretum de peccato originali*. (Consultado en [https://www.vatican.va/archive/hist_councils/ii_vatican_council/index_sp.htm](https://www.vatican.va/archive/hist_councils/ii_vatican_council/index_sp.htm)).

5.  Catecismo de la Iglesia Católica. (1992). *Tercera parte, Primera sección, capítulo primero, artículo 8*. (Consultado en [https://www.vatican.va/archive/catechism_sp/p3s1c1a8_sp.html](https://www.vatican.va/archive/catechism_sp/p3s1c1a8_sp.html)).

6.  Calvino, J. (2009). *Institución de la Religión Cristiana* (Vol. 1). CLIE.

7.  Tomás de Aquino. (s.f.). *Suma Teológica*, I-II, q. 88, a. 1. (Consultado en [https://durhamcountylibrary.org/online-resources/?lang=es](https://durhamcountylibrary.org/online-resources/?lang=es)).

8.  Concilium Tridentinum. (1547). *Decretum de justificatione*. (Consultado en [https://www.vatican.va/archive/hist_councils/ii_vatican_council/index_sp.htm](https://www.vatican.va/archive/hist_councils/ii_vatican_council/index_sp.htm)).

9.  Lutero, M. (2015). *Libertad de un cristiano*. Editorial Clie.

10. Niebuhr, R. (2010). *La naturaleza y el destino del hombre* (Vol. 1): La naturaleza humana. Trotta.

11. Tillich, P. (1957). *Dinámica de la fe*. Editorial Paidós.