Por: Rev. Pbro. Manning Maxie Suárez +
Docente UniversitarioEmail: manningsuarez@gmail.com
Orcid: orcid.org/0000-0003-2740-5748
Google Académico: https://scholar.google.es/citations?hl=es&pli=1&user=uDe1ZEsAAAAJ
Resumen
El
presente ensayo explora la concepción y el desarrollo del pecado en ambas
tradiciones teológicas cristianas, tanto católica como protestante. Se
analizarán las perspectivas bíblicas fundamentales, la influencia de los Padres
de la Iglesia y los documentos conciliares en la teología católica,
contrastándolos con las interpretaciones reformadas y las doctrinas distintivas
del protestantismo. Se examinará la noción de pecado original, la clasificación
de los pecados, la relación entre pecado y gracia, y las implicaciones para la
vida del creyente en ambas tradiciones. La metodología empleada será un análisis
comparativo de fuentes primarias y secundarias relevantes. El objetivo general
es comprender las similitudes y diferencias en la doctrina del pecado entre el
catolicismo y el protestantismo, ofreciendo conclusiones prácticas para la vida
diaria.
Palabras
Claves: Pecado,
Teología Católica, Teología Protestante, Pecado Original, Gracia,
Justificación, Biblia, Padres de la Iglesia, Concilios.
Abstract
This
essay explores the conception and development of sin in Catholic and Protestant
theological traditions. It will analyze fundamental biblical perspectives, the
influence of the Church Fathers and conciliar documents in Catholic theology,
contrasting them with Reformed interpretations and the distinctive doctrines of
Protestantism. The essay will examine the notion of original sin, the
classification of sins, the relationship between sin and grace, and the
implications for the life of the believer in both traditions. The methodology
used will be a comparative analysis of relevant primary and secondary sources.
The general objective is to understand the similarities and differences in the
doctrine of sin between Catholicism and Protestantism, offering practical
conclusions for daily life.
Keywords: Sin, Catholic Theology, Protestant
Theology, Original Sin, Grace, Justification, Bible, Church Fathers, Councils.
Metodología
Este
ensayo se desarrollará mediante un análisis comparativo de las principales
fuentes teológicas del catolicismo y el protestantismo. Se examinarán pasajes
bíblicos clave interpretados por ambas tradiciones, así como documentos
patrísticos y conciliares relevantes para la teología católica, y los escritos
de los reformadores y confesiones de fe para la teología protestante. Se
recurrirá a literatura secundaria especializada para contextualizar y
profundizar en las distintas perspectivas. La metodología se centrará en
identificar los puntos de convergencia y divergencia en la comprensión del
pecado, su origen, naturaleza y consecuencias en ambas tradiciones.
Objetivo
General:
Analizar
comparativamente la concepción y el desarrollo de la doctrina del pecado en la
teología católica y protestante.
Objetivos
Específicos:
1.
Identificar
las bases bíblicas fundamentales sobre el pecado en ambas tradiciones
teológicas.
2.
Examinar
la influencia de los Padres de la Iglesia y los documentos conciliares en la
formación de la doctrina católica del pecado.
3.
Analizar
las interpretaciones reformadas del pecado, incluyendo la doctrina del pecado
original y la depravación total.
4.
Comparar
las perspectivas católica y protestante sobre la clasificación de los pecados
(pecados veniales y mortales vs. una visión más holística del pecado).
5.
Contrastar
la relación entre pecado, gracia y justificación en ambas tradiciones
teológicas.
6.
Determinar
las implicaciones prácticas de las diferentes concepciones del pecado para la
vida ética y espiritual de los creyentes.
7.
Sintetizar
las principales similitudes y diferencias entre la teología católica y
protestante con respecto al pecado.
Contenido
La
comprensión del pecado es fundamental en ambas tradiciones cristianas, aunque
existen diferencias significativas en su concepción y desarrollo. La Biblia,
tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento, presenta el pecado como una “transgresión”
contra la voluntad de Dios y una ruptura de la relación entre Dios y la
humanidad.
En
el Antiguo Testamento,
términos como "hatta't" (errar el blanco), La imagen que evoca este
término es la de un arquero que dispara una flecha y no alcanza la diana
prevista. Si bien la idea principal es
la de no alcanzar un estándar o meta, el término puede aplicarse tanto a
errores involuntarios como a desviaciones deliberadas.
No
siempre implica una rebelión consciente, sino más bien un fallo en cumplir con
las expectativas o la voluntad de Dios. y "pesha" (rebelión)
describen diferentes aspectos del pecado. Tiene una connotación más fuerte y se
traduce comúnmente como "transgresión," "rebelión,"
"revuelta," o "crimen".
Su
etimología sugiere una acción deliberada de romper una relación de pacto o una
ley establecida. (Brown, F., Driver, S. R., & Briggs, C. A. (2000). Cf. (Harris, R. L., Archer, G. L., &
Waltke, B. K. (2011)1
Por
otro lado "Pesha",
implica un acto de "extensión" o "rompimiento" de los
límites establecidos. Es una violación de la confianza y la autoridad, a menudo
con un elemento de desafío o desafío a la voluntad divina.
El
Nuevo Testamento
utiliza principalmente el término griego "hamartia," que también
significa fallar el blanco, "hamartia" (ἁμαρτία) se deriva del verbo
"hamartanein" (ἁμαρτάνειν), que significa fundamentalmente
"errar el blanco," "fallar," "no alcanzar," o
"equivocarse."
Esta
es la imagen principal que subyace al concepto de pecado en el Nuevo
Testamento. "Hamartia" implica no cumplir con un estándar, una meta o
un propósito. En el contexto teológico, este estándar es la perfección y la
voluntad de Dios. El pecado, entonces, se ve como una desviación de este ideal
divino.
"Parabasis" (transgresión) se forma a partir de las
palabras "para" (παρά), que significa "al lado de" o
"contra," y "basis" (βάσις), que significa "pie"
o "fundamento." Juntas, forman la idea de "pasar al lado de,"
"ir más allá," o "transgredir" un límite establecido.
Se
refiere específicamente a la violación de una ley o un mandamiento. Implica
cruzar una línea definida por Dios. Sugiere
una conciencia de la ley que se está transgrediendo. En algunos contextos del
Nuevo Testamento, se relaciona con la transgresión de la ley mosaica.
También
"Anomia" que
significa iniquidad, (ἀνομία) se compone del prefijo privativo "a-" (ἀ-),
que indica negación o ausencia, y "nomos" (νόμος), que significa
"ley." Por lo tanto, "anomia" literalmente significa
"sin ley" o "falta de ley."
En
el contexto del Nuevo Testamento,
"anomia" no solo se refiere a la ausencia de ley, sino también al
desprecio, la violación y la rebelión contra la ley de Dios. Implica una
actitud de rechazo a la autoridad divina y a sus normas.
"Anomia"
a menudo se traduce como "iniquidad" o "maldad" debido a su
fuerte connotación de injusticia y oposición a lo que es recto y bueno según
Dios. (Friberg, B., Friberg, T., & Miller, N. F. (2000). 2
Ambas tradiciones reconocen estos pasajes como fundacionales para su
comprensión del pecado.
En
la teología católica,
el desarrollo de la doctrina del pecado fue significativamente influenciado por
los Padres de la Iglesia, especialmente San Agustín. Agustín enfatizó la
realidad del pecado original, transmitido a toda la humanidad como consecuencia
de la desobediencia de Adán y Eva (Agustín de Hipona. (s.f.). *Confesiones*).3
Agustín
de Hipona desempeñó un papel crucial en el desarrollo de la doctrina del pecado
original en la teología cristiana occidental. Si bien la idea de una herencia
de pecado ya estaba presente en la tradición cristiana anterior, Agustín fue
quien la articuló de manera más sistemática y la integró profundamente en su
comprensión de la gracia y la necesidad de la redención.
En
sus Confesiones, aunque no se dedica exclusivamente a una exposición formal del
pecado original como lo haría en obras posteriores como La Ciudad de Dios o sus
escritos antipelagianos, se pueden encontrar elementos que revelan su
comprensión de esta realidad:
Podemos
observar que a lo largo de las “Confesiones”, Agustín describe su propia lucha
contra el pecado desde una edad temprana. Relata sus deseos desordenados, sus
robos infantiles (aunque de poca importancia material), y su búsqueda de
placeres mundanos.
Esta
experiencia personal lo llevó a reconocer la inclinación universal hacia el mal
en la naturaleza humana. Para Agustín, esta propensión no era simplemente una
serie de actos individuales aislados, sino que parecía estar arraigada en algo
más profundo.
Aunque
no se detalla extensamente en las Confesiones, la base de la doctrina
agustiniana del pecado original radica en su interpretación de la caída de Adán
y Eva en el Jardín del Edén (Génesis 3). Agustín entendía que la desobediencia
de la primera pareja no fue un simple acto individual, sino que tuvo
consecuencias trascendentales para toda su descendencia.
Él
argumentaba que el pecado original se transmite de generación en generación a
través de la concupiscencia (latín: concupiscentia), que él entendía como el
deseo desordenado, particularmente en el ámbito sexual. Esta idea fue
controversial, pero para Agustín explicaba la universalidad del pecado y la
necesidad del bautismo para la remisión de esta culpa heredada.
También
sostenía que el pecado original había debilitado la voluntad humana, haciéndola
incapaz de elegir el bien de manera consistente sin la gracia divina.
En
sus Confesiones, describe su propia lucha por superar la tentación y su
dependencia de la ayuda de Dios para la conversión. Esta experiencia personal
influyó en su visión de la voluntad humana herida por el pecado.
La
profunda conciencia de la universalidad del pecado y la debilidad de la
voluntad humana llevó a Agustín a enfatizar la necesidad absoluta de la gracia
de Dios para la salvación. En sus Confesiones, narra su propia conversión como
un acto de la gracia divina, destacando la iniciativa de Dios en su
transformación.
Esta
doctrina se consolidó en varios concilios, como el Concilio de Cartago (418
d.C.) Este concilio local del norte de África fue crucial en la condena del
pelagianismo, una herejía que negaba la transmisión del pecado original y la
necesidad de la gracia divina para la salvación.
Pelagio
y sus seguidores sostenían que Adán solo se dañó a sí mismo por su pecado, y
que cada persona nace en el mismo estado de inocencia en el que Adán fue
creado.
El
Concilio de Cartago respondió con una serie de cánones que afirmaban la
doctrina del pecado original:
Canon
1: Condenó la idea de
que Adán y Eva fueron creados mortales y que su pecado solo los dañó a ellos
mismos y no a su descendencia. Este canon afirmó que el pecado de Adán se
transmitió a toda la raza humana.
Canon
2: Rechazó la noción de
que los niños recién nacidos no necesitan ser bautizados para la remisión de
los pecados, sino que solo son bautizados para entrar en el Reino de los
Cielos. El concilio afirmó que el bautismo es necesario para limpiar el pecado
original que se transmite al nacer.
Canon
3: Condenó la creencia
de que la gracia de Cristo solo ayuda a no pecar en el futuro, pero no remite
los pecados pasados. El concilio enseñó que la gracia es necesaria para el
perdón de todos los pecados, incluyendo el pecado original.
Canon
4: Rechazó la idea de
que la gracia nos ayuda a cumplir los mandamientos más fácilmente, como si
fuera posible cumplirlos sin la gracia. El concilio afirmó la necesidad de la
gracia divina para cualquier acto de fe y para vivir una vida justa.
Canon
5: Condenó la creencia
de que la gracia se otorga según nuestros méritos, afirmando que la gracia es
un don gratuito de Dios.
Canon
6: Rechazó la idea de
que un santo puede alcanzar una perfección tal que ya no peque. El concilio
afirmó que todos los justos pecan al menos venialmente.
Canon
7: Condenó la idea de
que las palabras del Padre Nuestro ("Perdónanos nuestras ofensas, como
también nosotros perdonamos a los que nos ofenden") no son dichas por los
santos en un sentido verdadero, sino solo por los pecadores. El concilio afirmó
que incluso los justos necesitan el perdón de sus pecados.
Canon
8: Condenó la
afirmación de que los santos piden el perdón de sus pecados por humildad, no
porque sean realmente pecadores. El concilio enseñó que los santos reconocen
sinceramente sus pecados.
Estos
cánones del Concilio de Cartago, influenciados fuertemente por la teología de
San Agustín, marcaron un hito importante en la definición y consolidación de la
doctrina del pecado original en la Iglesia occidental.
El
Concilio de Trento, y durante la Reforma Protestante, la doctrina del pecado
original fue nuevamente objeto de debate. El Concilio de Trento, en su Quinta
Sesión dedicada al pecado original, reafirmó la enseñanza católica tradicional
en respuesta a las objeciones de los reformadores:
Decreto
sobre el Pecado Original:
Este decreto confirmó la realidad del pecado original tal como fue transmitido
por Adán y Eva a toda su posteridad, no por imitación sino por propagación.
Pérdida
de la Santidad y la Justicia:
El concilio enseñó que Adán, por su pecado, perdió la santidad y la justicia en
las que había sido constituido, incurriendo en la ira y la indignación de Dios,
y trayendo sobre sí mismo la muerte, así como la esclavitud bajo el poder del
diablo.
Transmisión
a Toda la Humanidad: El
decreto afirmó que este pecado de Adán se transmite a todos los hombres por
generación, no por imitación, y que reside inherentemente en cada uno.
Remisión
por el Bautismo: El
Concilio de Trento declaró que el pecado original se remite por el sacramento
del bautismo, el cual confiere la gracia de Cristo. Aunque la concupiscencia
(la inclinación al pecado) permanece después del bautismo, el concilio declaró
que no es pecado en el sentido propio de la palabra para aquellos que no
consienten en ella y no se entregan a ella voluntariamente.
Condena
de las Doctrinas Protestantes:
El concilio anatemizó (condenó) a aquellos que negaban la transmisión del
pecado original o que afirmaban que se borra por las propias fuerzas humanas,
sin la necesidad del bautismo.
El
Concilio de Trento, por lo tanto, reafirmó y clarificó la doctrina católica del
pecado original en un contexto de controversia teológica, estableciendo
firmemente su lugar en la tradición de la Iglesia. (Concilium Tridentinum.
(1546).4.
Por
otro lado, el Catecismo de la Iglesia Católica define el pecado como "una ofensa
a Dios" y "una falta contra la razón, la verdad y la conciencia
recta".
En
su edición del 1992, ofrece una síntesis autorizada de la doctrina católica,
incluyendo la enseñanza sobre el pecado. Define el pecado en general como:
"Una
ofensa a Dios: «Contra ti, contra ti sólo pequé, cometí la maldad que
aborreces» (Sal 51,6). El pecado se levanta contra el amor que Dios nos tiene y
aparta de Él nuestros corazones. Como el primer pecado, es una desobediencia,
una revuelta contra Dios por la voluntad de hacerse «como dioses», conociendo y
determinando el bien y el mal (cf. Gn 3,5). El pecado es así «amor de sí mismo
hasta el desprecio de Dios» (San Agustín, Civitas Dei, 14, 28)." (CEC,
1850)
Y
profundiza diciendo que es:
"Una
falta contra la razón, la verdad y la conciencia recta; es faltar al amor
verdadero para con Dios y para con el prójimo, a causa de un apego perverso a
ciertos bienes. Hiere la naturaleza del hombre y atenta contra la solidaridad
humana. Ha sido definido como «una palabra, un acto o un deseo contrarios a la
ley eterna» (San Agustín, Contra Faustum manichaeum, 22, 27; Santo Tomás de
Aquino, Summa theologiae, 1-2, q. 71, a. 6)." (CEC, 1849)
Esta
definición subraya varios aspectos clave del pecado en la teología católica:
Ofensa
a Dios: El pecado no es
simplemente una falta moral abstracta, sino que daña la relación personal con
Dios, quien nos ama.
Falta
contra la Razón, la Verdad y la Conciencia: El pecado es contrario a la ley natural inscrita en el
corazón del hombre, a la verdad revelada por Dios y al juicio de la conciencia
recta.
Falta
de Amor: El pecado
revela una falta de amor genuino hacia Dios y hacia el prójimo, motivado por un
apego desordenado a bienes creados.
Herida
a la Naturaleza Humana:
El pecado tiene un efecto dañino en la persona que peca, oscureciendo su
entendimiento, debilitando su voluntad y desordenando sus pasiones.
Atentado
contra la Solidaridad Humana:
El pecado no es un acto puramente individual, sino que también tiene
repercusiones en la comunidad humana, dañando las relaciones y obstaculizando
el bien común.
Contrario
a la Ley Eterna: El
pecado se opone al plan de Dios para la creación y para la vida humana, tal
como se expresa en su ley eterna. (Catecismo de la Iglesia Católica (1992).5
Por
otro lado, la teología protestante,
particularmente en la tradición reformada influenciada por Juan Calvino y
Martín Lutero, también sostiene la doctrina del pecado original, aunque con un
énfasis diferente en sus consecuencias.
La
depravación total, un concepto clave en la teología reformada, sostiene que el
pecado ha afectado todas las áreas de la vida humana, haciendo a los individuos
incapaces de buscar a Dios o hacer el bien por sí mismos (Calvino, J. (2009).6
Si
bien reconocen la ofensa contra Dios, el énfasis en la teología protestante a
menudo se centra en la incapacidad humana y la necesidad de la gracia divina
para la salvación.
Las
ramas luterana y reformada, pone un fuerte énfasis en las consecuencias
radicales del pecado original. Si bien reconocen que el pecado es una ofensa
contra Dios, su antropología teológica subraya la profundidad de la caída y su
impacto en la capacidad humana. Esta perspectiva se articula a través de varias
doctrinas fundamentales
La
Depravación Total: Una
doctrina central en muchas ramas del protestantismo es esta. Esto no significa
que cada persona sea tan malvada como posiblemente podría ser, sino que el
pecado ha afectado todas las partes del ser humano: la mente, la voluntad, las
emociones y el cuerpo.
Como
resultado de la caída, los seres humanos nacen con una inclinación hacia el
pecado y son inherentemente incapaces de buscar a Dios o de hacer lo que es
espiritualmente bueno por sus propias fuerzas. Esta incapacidad es vista como
universal y abarca a toda la humanidad después de la caída de Adán y Eva (Cf, Calvino,
2009).
La
Incapacidad de Elegir el Bien Espiritual: La teología protestante sostiene que, debido a la
depravación total, la voluntad humana está esclavizada al pecado. Los
individuos son libres en el sentido de poder tomar decisiones en asuntos
cotidianos, pero son incapaces de liberarse del dominio del pecado o de elegir
genuinamente a Dios y su justicia por sí mismos.
Cualquier
"bien" que los humanos no regenerados puedan hacer está
inherentemente contaminado por el egoísmo y no cumple con los estándares de la
santidad divina.
Sola
Gratia (Solo por Gracia):
Dada esta perspectiva de la incapacidad humana, la salvación en la teología
protestante se concibe como un acto completamente gratuito de la gracia de
Dios.
La
salvación no puede ser ganada ni merecida por los esfuerzos humanos, las buenas
obras o el cumplimiento de la ley. Es un don inmerecido que Dios otorga a
quienes elige. La gracia es la causa eficiente de la salvación, y la iniciativa
siempre proviene de Dios, no del ser humano.
Sola
Fide (Solo por Fe): La
gracia de Dios se recibe a través de la fe solamente. La fe, en este contexto,
no se entiende simplemente como una creencia intelectual, sino como una
confianza viva y activa en Jesucristo y su obra redentora.
La
justificación (ser declarado justo ante Dios) se produce por la fe, sin la
necesidad de obras de la ley o sacramentos. La fe es el instrumento por el cual
los méritos de Cristo son imputados al creyente, cubriendo su pecado y
otorgándole una posición justa ante Dios (Lutero, 2015).9
El
Énfasis en la Soberanía de Dios:
La visión protestante de la salvación está estrechamente ligada a la doctrina
de la soberanía de Dios. Dios es visto como el autor último de la salvación,
quien elige a individuos para la gracia y los regenera por su Espíritu Santo,
permitiéndoles creer y responder a su llamado.
Tanto
el catolicismo como el protestantismo consideran el pecado como una ofensa a
Dios, la teología protestante, particularmente la reformada, enfatiza la
profundidad de la herida del pecado en la naturaleza humana hasta el punto de
la incapacidad espiritual.
Esta
visión lleva a una dependencia radical de la gracia divina como la única fuente
de salvación, la cual se recibe únicamente a través de la fe en Jesucristo. La
iniciativa para la reconciliación siempre radica en Dios, y la salvación es
vista como un don completamente inmerecido.
CLASIFICACIÓN
DE LOS PECADOS
En
cuanto a la clasificación de los pecados, la tradición católica distingue entre
pecados veniales, que debilitan la relación con Dios, y pecados mortales, que
la rompen completamente (Tomás de Aquino. (s.f.). *Suma Teológica*).7
Esta distinción implica diferentes niveles de gravedad y requiere diferentes
formas de reconciliación.
La
tradición católica distingue entre pecados veniales y mortales según la
gravedad de la ofensa contra Dios y la relación del alma con Él.
Los
Pecados Veniales:
Son
aquellos que debilitan, pero no rompen la relación de amistad con Dios. Aunque
no privan de la gracia santificante, sí ofenden a Dios y dañan el alma,
predisponiendo al pecado mortal. Algunos ejemplos comunes de pecados veniales
incluyen:
Mentiras
piadosas: Afirmaciones
falsas sobre asuntos de poca importancia.
Robos
menores: Quitar objetos
de poco valor o causar daños leves a la propiedad ajena.
Chismes: Hablar innecesariamente de los defectos
de otros sin intención grave de dañar su reputación.
Impaciencia: Irritabilidad o enfado leve ante
contrariedades.
Vanidad: Complacencia excesiva en la propia
apariencia o habilidades.
Desobediencia
en materias leves:
Incumplimiento de normas o mandatos de menor importancia.
Exceso
en la comida o bebida (sin llegar a la glotonería o embriaguez): Disfrutar de los placeres de la mesa
con moderación excesiva, pero sin llegar a un extremo grave.
Pensamientos
o deseos impuros que no
se consienten plenamente.
Es
importante recordar que la acumulación de pecados veniales puede debilitar la
voluntad y facilitar la comisión de pecados mortales. Por esta razón, la
Iglesia Católica anima a los fieles a confesarse regularmente, incluso de los
pecados veniales, para recibir la gracia y la fortaleza necesarias para
evitarlos.
Los
Pecados Mortales:
Son
aquellos que destruyen la caridad en el corazón del hombre por una infracción
grave de la ley de Dios; apartan al hombre de Dios, que es su fin último y su
bienaventuranza, prefiriendo un bien inferior. Para que un pecado sea mortal,
se requieren tres condiciones simultáneamente:
Materia
grave: El acto cometido
debe ser gravemente contrario a los mandamientos de Dios y a la ley moral. Los
Diez Mandamientos especifican algunas materias graves, como el asesinato, el
adulterio, el robo grave, la blasfemia, etc.
Pleno
conocimiento: La
persona debe ser plenamente consciente de que el acto que está cometiendo es
pecado grave.
Pleno
consentimiento: La
persona debe realizar el acto con plena libertad y voluntad deliberada.
Algunos
ejemplos de pecados mortales incluyen:
Asesinato: Quitar intencionalmente la vida a un
ser humano inocente.
Adulterio: Mantener relaciones sexuales fuera del
matrimonio.
Robo
grave: Apoderarse de
bienes ajenos de valor considerable.
Calumnia
grave: Atribuir
falsamente a otro un pecado o defecto grave, dañando seriamente su reputación.
Apostasía:
Rechazo total de la fe
cristiana.
Herejía: Negación pertinaz, después de haber
recibido el bautismo, de alguna verdad que ha de creerse con fe divina y
católica.
Cisma:
Rechazo de la sujeción
al Romano Pontífice o de la comunión con los miembros de la Iglesia a él
sujetos.
Odio
grave: Desear un mal
grave a otra persona.
Perjurio: Jurar en falso bajo juramento.
Actos
sexuales consentidos fuera del matrimonio (fornicación, masturbación deliberada, actos
homosexuales).
No
cumplir con la obligación de asistir a la Misa los domingos y fiestas de
guardar sin causa grave.
Recibir
la Sagrada Comunión en pecado mortal
sin haberse confesado previamente.
El
pecado mortal, si no es perdonado mediante el sacramento de la Penitencia o el
acto de contrición perfecta, causa la exclusión del reino de los cielos y la
pena eterna del infierno.
Es
importante buscar guía espiritual y profundizar en el conocimiento de la
doctrina católica para discernir la gravedad de los propios actos y vivir una
vida de gracia en amistad con Dios.
En
contraste, muchas tradiciones protestantes tienden a ver todo pecado como
igualmente ofensivo a Dios, aunque reconocen diferencias en sus manifestaciones
y consecuencias terrenales.
La
Biblia no siempre presenta una distinción tan clara entre tipos de pecados, lo
que lleva a esta diferencia de interpretación.
La
relación entre pecado y gracia es otro punto de contraste. En la teología
católica, la gracia es vista como una ayuda divina necesaria para superar el
pecado y vivir una vida virtuosa.
La
justificación se entiende como un proceso en el que la gracia transforma al
pecador, permitiéndole realizar obras meritorias (Concilium Tridentinum.
(1547).8
El
Pecado desde la Perspectiva de Dante Alighieri.
Desde
la perspectiva de Dante Alighieri en su obra maestra, La Divina Comedia, el
pecado es una fuerza que desordena el alma y la aleja de Dios, que es la fuente
de todo bien.
Dante
estructura su visión del pecado de manera jerárquica, reflejando la gravedad de
las diferentes transgresiones a través de los tres reinos del más allá que
visita: el Infierno, el Purgatorio y el Paraíso.
En
el Infierno, Dante describe una estructura cónica dividida en nueve círculos
que descienden progresivamente en gravedad del pecado. Los pecados son
castigados con suplicios eternos que son un reflejo simbólico de la naturaleza
del pecado cometido en vida (contrapasso).
Generalmente,
Dante clasifica los pecados en tres grandes categorías, influenciado por la
ética aristotélica y la teología cristiana:
Pecados
de incontinencia: Son
aquellos en los que la voluntad no logra controlar los apetitos y las pasiones.
Incluyen la lujuria, la gula, la avaricia y la prodigalidad, y la ira y la
pereza (vista aquí como falta de ánimo o tristeza). Estos se encuentran en los
círculos superiores del Infierno, considerados menos graves que los siguientes.
Pecados
de violencia:
Involucran el uso de la fuerza contra el prójimo, contra uno mismo o contra
Dios. Aquí se encuentran los homicidas, los suicidas, los blasfemos y los
sodomitas, ubicados en los círculos medios del Infierno.
Pecados
de fraude o engaño: Son
los más graves para Dante, ya que implican la corrupción de la razón y la
traición de la confianza. Estos se encuentran en los círculos inferiores del
Infierno, siendo el noveno círculo reservado para los traidores, como Judas,
Bruto y Casio. Dentro del fraude, Dante distingue entre el fraude contra
aquellos que no tienen un vínculo especial de confianza y el fraude contra
aquellos que sí lo tienen.
En
el Purgatorio, la
visión del pecado es diferente. Ya no se trata de un castigo eterno, sino de
una purificación gradual. La montaña del Purgatorio está dividida en siete
terrazas, cada una dedicada a la expiación de uno de los siete pecados
capitales (soberbia, envidia, ira, pereza, avaricia y prodigalidad, gula y
lujuria).
Las
almas que se encuentran aquí sufren, pero con la esperanza de ascender al
Paraíso una vez que hayan sido purificadas de sus pecados. El énfasis en el
Purgatorio está en la penitencia, la confesión y el crecimiento espiritual.
En
el Paraíso, no hay
pecado. Dante describe una ascensión a través de nueve esferas celestiales,
cada una habitada por almas bienaventuradas que se distinguieron por diferentes
virtudes en la Tierra.
La
visión aquí se centra en la contemplación de Dios y la comprensión de la
perfección divina. Las almas han superado completamente el pecado y disfrutan
de la bienaventuranza eterna.
En resumen, para Dante, el pecado es una desviación del camino hacia Dios, con diferentes grados de gravedad que conllevan diferentes consecuencias en el más allá.
Su
obra ofrece una poderosa alegoría moral sobre la naturaleza del bien y del mal,
las consecuencias de las elecciones humanas y el camino hacia la redención.
EN
LA TEOLOGÍA PROTESTANTE,
particularmente en la tradición luterana y calvinista, la justificación es por
gracia a través de la fe solamente ("sola gratia" y "sola
fide").
El
pecado permanece en el creyente incluso después de la justificación, y la
gracia de Dios es la que perdona los pecados, sin que las obras humanas
contribuyan a la justificación ante Dios (Lutero, M. (2015).9
Las
implicaciones para la vida diaria son significativas. Para los católicos, la
conciencia del pecado mortal lleva a la necesidad del sacramento de la
Penitencia o Confesión para la reconciliación con Dios y la Iglesia. La vida
cristiana implica un esfuerzo continuo, con la ayuda de la gracia, para evitar
el pecado y crecer en virtud.
Para
los protestantes, la conciencia de la depravación total enfatiza la dependencia
constante de la gracia de Dios y el perdón a través de la fe en Cristo. Si bien
las buenas obras son importantes como fruto de la fe, no son consideradas
meritorias para la salvación.
Tanto
el catolicismo como el protestantismo comparten una base bíblica común en su
comprensión del pecado, han desarrollado tradiciones teológicas distintas.
La
teología católica, con su énfasis en la tradición, los Padres de la Iglesia y
los concilios, ofrece una comprensión jerarquizada del pecado y un papel activo
de la gracia en la transformación del creyente.
La
teología protestante, con su énfasis en la autoridad exclusiva de la Escritura
y la justificación por la fe, presenta una visión más radical de la incapacidad
humana debido al pecado y una dependencia total de la gracia divina.
Conclusiones
y Reconsideraciones.
La
reflexión sobre la doctrina del pecado en las tradiciones católica y
protestante ofrece valiosas perspectivas para la vida diaria.
Reconocimiento
de la realidad del pecado:
Ambas tradiciones coinciden en que el pecado es una realidad inherente a la
condición humana y una ofensa contra Dios. Esta conciencia puede fomentar la
humildad y la necesidad de buscar la reconciliación y el perdón en nuestras
vidas diarias.
Importancia
de la gracia: Tanto
católicos como protestantes reconocen la importancia fundamental de la gracia
de Dios para superar el poder del pecado. Esta comprensión puede inspirar
esperanza y confianza en la ayuda divina en momentos de lucha y tentación.
Responsabilidad
personal: A pesar de
las diferencias en la concepción del libre albedrío y la depravación, ambas
tradiciones enfatizan la responsabilidad personal ante Dios por nuestras
acciones y omisiones. Esto nos llama a la autoevaluación constante y al
esfuerzo por vivir de acuerdo con los principios éticos y espirituales de
nuestra fe. (Niebuhr, R. (2010).10
Necesidad
de comunidad: La
comprensión del pecado también resalta la necesidad de la comunidad de fe.
Tanto en la confesión sacramental católica como en el apoyo mutuo y la
rendición de cuentas en las comunidades protestantes, la vida cristiana se vive
en relación con otros, buscando juntos el crecimiento espiritual y la
superación del pecado.
Enfoque
en la transformación:
Finalmente, ambas tradiciones buscan la transformación del individuo a través
de la gracia divina y el esfuerzo personal. Ya sea a través de la participación
en los sacramentos y la práctica de las virtudes en el catolicismo, o mediante
la búsqueda de la santificación como fruto de la justificación en el
protestantismo, el objetivo es una vida que refleje el amor de Dios y el fruto
del Espíritu Santo. (Tillich, P. (1957),11
Referencias
Bibliográficas
1. Brown, F., Driver, S. R., & Briggs, C. A.
(2000). *The Brown-Driver-Briggs Hebrew and English lexicon: with an appendix
containing the biblical Aramaic*. Hendrickson Publishers. Cf. Harris, R. L.,
Archer, G. L., & Waltke, B. K. (2011). Theological Wordbook of the Old
Testament. Moody Publishers.
2. Friberg, B., Friberg, T., & Miller, N. F.
(2000). *The Complete Biblical Library: Greek-English dictionary of the New
Testament* (Vol. 3). World Library Press.
3. Agustín de Hipona. (s.f.). *Confesiones*.
(Consultado en
[https://enciclopediapatristica.com/](https://enciclopediapatristica.com/)).
4. Concilium Tridentinum. (1546). *Decretum de
peccato originali*. (Consultado en
[https://www.vatican.va/archive/hist_councils/ii_vatican_council/index_sp.htm](https://www.vatican.va/archive/hist_councils/ii_vatican_council/index_sp.htm)).
5. Catecismo de la Iglesia Católica. (1992).
*Tercera parte, Primera sección, capítulo primero, artículo 8*. (Consultado en
[https://www.vatican.va/archive/catechism_sp/p3s1c1a8_sp.html](https://www.vatican.va/archive/catechism_sp/p3s1c1a8_sp.html)).
6. Calvino, J. (2009). *Institución de la
Religión Cristiana* (Vol. 1). CLIE.
7. Tomás de Aquino. (s.f.). *Suma Teológica*,
I-II, q. 88, a. 1. (Consultado en
[https://durhamcountylibrary.org/online-resources/?lang=es](https://durhamcountylibrary.org/online-resources/?lang=es)).
8. Concilium Tridentinum. (1547). *Decretum de
justificatione*. (Consultado en
[https://www.vatican.va/archive/hist_councils/ii_vatican_council/index_sp.htm](https://www.vatican.va/archive/hist_councils/ii_vatican_council/index_sp.htm)).
9. Lutero, M. (2015). *Libertad de un
cristiano*. Editorial Clie.
10.
Niebuhr, R. (2010). *La naturaleza y el destino del hombre* (Vol. 1): La
naturaleza humana. Trotta.
11.
Tillich, P. (1957). *Dinámica de la fe*. Editorial Paidós.